Chula Vista, San Diego, Los Ángeles, Estocolmo, Madrid,
Manzanares, Membrilla. Una cadena de actos generosos hace mi largo viaje
escalonado y cómodo. A diez mil kilómetros de casa, más de seis mil millas, en
realidad no ha sido tan lejos. En Madrid me saludan varios chaparrones
veraniegos. En el aire hay un bochorno parecido al que dejé en Los Ángeles,
pero de vez en cuando cae una tromba violenta de agua y granizo.
Algunos coches
han quedado medio anegados en zonas bajas, han cerrado alguna estación de metro
y algunos carriles de carreteras, cuando intento sacar dinero me dicen que la
oficina ha quedado inutilizada por inundación. Pero el país funciona. Siempre
que vuelvo a España, desde casi cualquier sitio, tengo la grata sensación de
encontrar un país con color, con muchos colores. La vez que más noté la
diferencia fue al regresar desde Hungría: parecía que habían subido unos puntos
de color al televisor.
Hay vida en
las calles y hay un ruido saludable a oídos del visitante. Los transportes
públicos funcionan puntualmente. Otra de las cosas que más me llamaban la
atención al volver era encontrar a mucha gente fumando por la calle: la gente
ahora fuma menos, o yo no veo a tantos fumadores. Pero en América no fuma nadie
en ningún lado, y ésas sí son costumbres, como la buena educación al volante, a
las que uno se acostumbra demasiado fácilmente.
Tren con
destino Jaén. Próxima parada: Aranjuez. Train bound for Jaén. Next station: Aranjuez. En San Diego
también utilizan los dos idiomas, pero invertidos. El acento español, que en
realidad no he dejado de escuchar, tan duro con nuestras jotas y nuestro tono
tan alto, cobra ahora un aire cercano y familiar. Pequeñas parcelas de verdor
nada más dejar Madrid: maíz todavía muy bajo, recién regado por la tormenta, en
las dos orillas del Tajo. Campos de cereal todavía sin cosechar en la provincia
de Toledo, rastrojos secos conforme se entra en La Mancha.
La ventanilla
del tren fue el cuadro de despedida hace casi un año, lo es ahora del regreso.
Una cooperativa de vino junto a la vía en Villacañas, una laguna con flamencos
de pelaje muy claro, una maraña gris de vías y cables en Alcázar de San Juan.
Tierra parda, olivos, las manchas blancas de cuatro molinos con las aspas
quietas sobre una colina, casitas de campo encaladas de blanco y con el zócalo
azul, las primeras viñas. Siempre que me acerco al pueblo me acuerdo de las
palabras de un amigo en nuestros viajes desde el sur, cuando a la altura de
Despeñaperros empezaba a decir: Ya huele, ya huele a vino. A veces la frase se
alargaba con complementos tan hermosos como que ya empezaba a oler también a
geranio junto al brocal del pozo del patio.
La tierra se
hace más llana, la dejé seca durante la vendimia y ahora hay muchos pedazos de
verde. Ajos, patatas, majuelos, y grandes extensiones de melones y sandías con
los surcos todavía sin cerrar conforme me acerco a casa. Grandes caseríos en
ruinas, pívots sobre rastrojos, grandes pilas de pacas de paja, algunas encinas
sobrevivientes al progreso agropecuario.
Más viñas,
barbechos llanos, casas blancas en medio del campo. Tren con destino Jaén.
Próxima parada: Manzanares. Train bound for Jaén. Next station: Manzanares. Ya
estoy en casa.
Creo que siento una emoción
únicamente intelectual. El paisaje es el precedente inmediato de la familia.
Quizá la emoción sea describir, transparentar con palabras lo que uno ve.
No sabía si "manchar" este blog con unas palabras de tu buen amigo, pero ya sabes: "Bienvenido a casa".
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