viernes, 8 de julio de 2016

Por la costa del Languedoc: Béziers, Agde, Nîmes: viñedos y toros

El sur de Francia es una sucesión interminable de viñedos: en altas colinas frente al mar Mediterráneo, entre las redes de canales alimentados por ríos desproporcionados, en las faldas de montañas alpinas, junto a cualquier carretera, al pie de lagos de agua helada, en llanuras fértiles de un verdor intenso y saludable. Son todos viñedos en alto, emparrados, frondosos en estos primeros días de julio. Al igual que en España, en el Rosellón y el Languedoc el vino es tanto, y tan variado, que los precios son asequibles y la calidad bastante aceptable.

Al sur de Béziers se extiende una zona de intensa agricultura en los deltas de los ríos Orb y Hérault. Hay cereal ya cosechado, y adornan el paisaje los rollos gigantes de paja. Pero el paisaje es sobre todo verde, arboledas entre los canales que conducen el agua a los regadíos. Melonares en plena producción, cuadrillas muy numerosas recogiendo sandías, y muchas viñas. A un lado de la carretera, coronando un cerro, aparece de vez en cuando la silueta negra de un toro que quiere parecerse al de Osborne. Salvo por la cercanía del mar, el paisaje veraniego de estas llanuras no difiere mucho de lo que estamos acostumbrados a ver en La Mancha.

En la desembocadura del río Hérault, está la ciudad de Agde. Hay un paseo muy agradable por los muelles del río, que es ancho y caudaloso. Hay restaurantes flotantes, niños jugando en las plazas, algunos saltando a las aguas turbias del río. La catedral y muchas iglesias y edificios del centro están levantados con piedra oscura, casi negra, y con la media luz del atardecer hay algo de triste en el ambiente. Comemos un kebab en la terraza escueta de un local turco, y al lado tenemos a un grupo de hombres descamisados que tocan ritmos aflamencados con sus guitarras, niños que ríen y corren de un lado para otro, mujeres en las otras terrazas que tararean la letra francesa de las canciones.

Béziers es otra cosa, una ciudad aún más sucia, más destartalada, como si estuviera sufriendo un proceso de  lento abandono. Es una ciudad fortaleza, con muchas historias trágicas detrás, sangrientas luchas de poder medievales entre cátaros y católicos. En lo alto de la colina se alza una imponente catedral gótica, con un mirador al río y al ancho valle verde de huertas y bosques. En los carteles que anuncian la feria de la ciudad hay un torero a pie y otro a caballo, y una flamenca con mantilla. En la plaza de toros están montando el escenario para un concierto, y tienen las puertas abiertas. Es una plaza pequeña, gris, pobre. En la puerta de afuera se exhibe otro cartelón con una flamenca levantando los vuelos del vestido rojo. Y por dentro hay otros cartelones con la imagen de Sébastien Castella, una primera figura del toreo actual, que nació aquí. Las reivindicaciones de Béziers como ciudad taurina están por todos lados, y tienen un punto pintoresco, casi ridículo, que llega a ser tierno. Bajo un calor sofocante, las calles de la ciudad parecen aún más desangeladas, con un ambiente gris de fachadas deslucidas y turistas lánguidos en las terrazas.

Las playas están muy cerca, son de arena y de agua fría, jalonadas de cámpings y apartamentos bajos y envejecidos, de complejos turísticos familiares, lagunas marinas, agradables rutas para bicicletas bordeando los canales. Siguiendo la carretera hacia Montpellier se atraviesa una manga de tierra que encierra una laguna muy grande, un mar interior, y llegan a juntarse los juncos y los viñedos y las arenas del mar. En medio de esa franja está la ciudad de Sète, con un notable puerto industrial. Al atravesar la ciudad vemos algún cartel indicando la dirección de un parque dedicado a Georges Brassens. Aquí nació el cantautor, y problablemente éste era el pueblo donde, sin pretensión, se ganó La mala reputación.

Nîmes es una ciudad más grande, más limpia, más abierta al turismo cultural. La mayor atracción es el anfiteatro romano, en pie desde el siglo I porque durante muchos siglos estuvo habitado por dentro y sirvió de fortaleza. Hoy alberga en su interior una plaza de toros. Por las calles del centro, limpias y ordenadas, discurren mercados de frutas y de ropas. Muy cerca del paseo del río, está uno de los templos mejor conservados de la antigua Roma: la Maison Carrée, con su rectángulo de columnas corintias en pie desde los tiempos de Octavio Augusto. Enfrente hay un edificio diseñado por Norman Foster, que es un museo de arte contemporáneo.

Y seguimos el trazado de la antigua Vía Domitia, que atravesaba el sur de la Galia, y de la que quedan restos a las afueras de Nîmes, para volver a ver campos y campos de viñedos. Hasta llegar a los bosques frondosos que preceden a uno de los grandes ríos de Francia, el Ródano, que corre abundante y azul, con la inmensidad desbordante de un río americano, frente a las murallas papales de Aviñón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario