Al salir de Santo Domingo de la Calzada hay una cuesta abrupta que lleva a Grañón, y después una señal que nos indica que cambiamos de provincia y de comunidad: en adelante, Burgos. Atravesamos pueblecitos pequeños y apagados: Redecilla del Camino, Castildelgado, Viloria de Rioja, Villamayor del Río. Casas pardas y envejecidas, fuentes solitarias. Un edificio de piedra al que sólo le queda el arco de medio punto, su perfil redondeado contra el cielo cuajado de nubes. Campos de patatas sobre los que blanquea la flor, el destello de los girasoles, iglesias y más iglesias. Paramos un rato en cada una, nos refugiamos en el silencio cómplice, meditamos. El Camino muchos ratos es un torrente de palabras que golpea en todas direcciones, en muchos idiomas, con muchas vertientes de historias desordenadas de muchos lugares del mundo. Las pequeñas iglesias románicas con olor a cera son entonces un agradable refugio de silencio y paz.
En Belorado se preparan también para las fiestas, hay mucha gente por las calles, en la plaza en sombra, muchachos vestidos con trajes tradicionales. En lo alto del pueblo hay una iglesia de nave ancha y luminosa, con las puertas abiertas de par en par. La otra iglesia, la del centro del pueblo, alberga una exposición con documentos originales de la historia del pueblo. Privilegios otorgados a Belorado por Fernando III el Santo, por Alfonso X el Sabio, por Alfonso XI, textos en pergamino conservados desde el siglo XII. Saliendo de Belorado, después de cruzar el río, por un camino ardiente tenemos un encuentro prodigioso. Bajo la sombra de unos árboles, en un banco descansan dos hombres ancianos. Muy parecidos, muy delgados, con bigotes largos. Con un equipaje muy ligero, con un ritmo lento y seguro, como las dolencias que arrastran, vienen haciendo el camino desde Castellón. Uno de ellos es manchego aunque nació en Cuba, y se ha pasado allí media vida. Cogemos avellanas verdes por el camino, mientras nos hablan de Cuba, de Francia, de Polonia, de la intemperie. En Tosantos visitamos una capilla excavada en la roca, sobre la que se ven agujeros que eran refugio y vivienda de los eremitas. Tras la cena comunitaria en el albergue parroquial, viene la reflexión colectiva y la lectura multilingüe de los caminos que nos traen hasta aquí. Hay guitarras italianas y voces oscuras que cantan blues junto a la puerta cuando el sol se está poniendo.
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