Con la cabeza llena de conversaciones en demasiados idiomas, con tinto, manchego y navarro, seco en los labios, despertamos aún de noche en Cizur. El paisaje en cuesta tiene cada vez más rastrojos, pero también la explosión amarilla de los campos de girasoles, que nos miran con una luz nítida como de cuadro de Van Gogh bajo el cielo de nubes blancas. Dos aldeas en la cuesta, Gendulain y luego Zarikiegi, y un último ascenso al Alto del Perdón, a casi 800 metros, en cuyos picos giran a plena velocidad las aspas de una hilera de molinos que se pierde entre las nubes bajas. Hay una vista excepcional del camino que dejamos atrás, Pamplona y los primeros picos pirenaicos, y lo que nos queda por delante, cerros más modestos y un paisaje cada vez más castellano.
Atravesamos Uterga, y después Muruzábal, donde muchos músculos y muchas rodillas empiezan a pedir un descanso y cafés con leche. Desde ahí nos desviamos por entre campos de maíz y más girasoles para llegar a la ermita de Eunate (cien puertas, en vasco), un edificio románico pequeño, octogonal, cercado por un muro de arcos cortos, que fue durante siglos un templo de la Orden de los Templarios, y guarda en sus muros, en medio del campo, los misterios de sus antiguos moradores. En Óbanos empezamos a ver huertas cada vez más grandes y surtidas, y al fin descendemos hasta Puente La Reina, que tiene un sano ambiente provincial de mediodía de domingo. Las fiestas del pueblo, en honor a Santiago, acabaron anoche, y todavía la plaza del pueblo está cercada por los burladeros provisionales de las celebraciones taurinas. El cordero en salsa, con tinto de Navarra, es un bálsamo más eficaz que cualquier pomada. En los restaurantes y bares hay unas prisas estresantes que un caminante ya no puede comprender.
Desde la piscina municipal se domina el pueblo, del que sobresale la torre de la iglesia. Después del nado empezamos a buscar fórmulas, remedios, aceites para paliar las inflamaciones de tendones. La alegría modesta de las primeras etapas completadas, de los momentos en buena compañía, de la belleza lenta del paisaje rural navarro, se empieza a empañar con los dolores súbitos, con la sombra de los límites del cuerpo.
Desde la piscina municipal se domina el pueblo, del que sobresale la torre de la iglesia. Después del nado empezamos a buscar fórmulas, remedios, aceites para paliar las inflamaciones de tendones. La alegría modesta de las primeras etapas completadas, de los momentos en buena compañía, de la belleza lenta del paisaje rural navarro, se empieza a empañar con los dolores súbitos, con la sombra de los límites del cuerpo.
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