jueves, 6 de diciembre de 2018

Kant contra la sinrazón

“El carlismo se cura leyendo, y el nacionalismo, viajando”. La vieja frase de Pío Baroja es terminante y sigue siendo certera y aun esperanzadora muchas décadas después. Aunque a veces desconcierta descubrir, entre aldeanos de boina cerril guardianes de las esencias, algunos otros individuos que leyeron algo y viajaron otro poco y utilizan lo poco que saben para incendiar las boinas de los primeros y avivar los colores de las banderas. De todas las banderas. 

Que los nacionalismos han propiciado las mayores catástrofes del siglo XX lo sabe cualquiera a poco que haya pasado unas cuantas mañanas distraídas por un instituto de secundaria. Pero en Europa asistimos en los últimos años, cada vez con más recrudecimiento, a un auge parece que imparable de los espíritus nacionalistas que de cuando en cuando se despiertan para salvaguardar la esencia de esas patrias siempre oprimidas, humilladas por el país o la región vecina, ninguneadas por los monstruos supranacionales. Hace menos de ochenta años las naciones europeas se desangraban masacrando a millones de personas en nombre de esas esencias patrias o raciales y sólo unas décadas después conseguimos crecer varias generaciones de europeos pacíficos y orgullosos de nuestro modo de vida social y democrático; pero para mucha gente irresponsable es preciso agitar los fantasmas del nacionalismo, de los nacionalismos, porque otra vez los otros, los distintos, han venido a agredirnos, a borrarnos la esencia. 

Cuando yo era niño y veía en el telediario las crónicas de la guerra de Yugoslavia, no podía entender cómo andaban matándose con tanta saña gentes que, aunque con distintas religiones o costumbres, al fin y al cabo vivían en los mismos lugares y se podían entender en un mismo idioma. Los nombres de los futbolistas croatas, serbios o bosnios sonaban demasiado parecidos. Cuando explicaban las razones por las que los hutus de Ruanda habían asesinado en masa a machetazo limpio a un millón de compatriotas tutsis, yo no acababa de ver cuánto de diferencia podía haber de unos a otros. Desde lejos es tan difícil percibir las pequeñas diferencias que separan esas supuestas esencias étnicas o culturales, las formas puras de las colectividades, que uno ya sospechaba entonces que probablemente no existieran. ¿Cómo explicar a un chino o a un polinesio que existe alguna diferencia sustancial entre Madrid y Barcelona, o entre estas dos y Berlín o Roma, o incluso Estambul? ¿Cómo entender como una categoría filosófica la existencia innata de lo chino, de lo japonés o aun de lo sajón o lo latino? Pero cuando esos adornos inventados y celebrados por el fragor del folclorismo se convierten en armas de verdad y se disponen a dividir la convivencia o a eliminar físicamente a quienes atacan esas verdades reveladas, todos perdemos. Y especialmente los que se sitúan, nos situamos, en el fuego cruzado de nacionalismos. 

Me da mucha pena leer en el periódico que unos vándalos rusos, guardianes de la esencia eslava y héroes de esa cosa local y universal que es el alma rusa, han profanado la estatua y la tumba de Immanuel Kant en Kaliningrado. Y no sólo eso: en medio de una campaña de desprestigio y odio abierto hacia lo otro, han conseguido que el aeropuerto de la ciudad no sea rebautizado con el nombre de la persona más insigne que habitó jamás esa ciudad. Kant nació, vivió los casi ochenta años de su vida y murió en la ciudad de Königsberg, que entonces pertenecía a Prusia oriental y desde 1946 es el enclave ruso de Kaliningrado. Después de la segunda guerra mundial, los rusos expulsaron a la población alemana y repoblaron la región con otras pobres gentes traídas de otras partes del gigantesco imperio soviético. Renombraron la ciudad, dejó de hablarse alemán, pero no por eso se renunció a estudiar y reivindicar la vida y la obra de quien dio tanto lustre a Königsberg y a su universidad. 

Uno de los pocos individuos que en la historia de la Humanidad han cambiado el devenir del pensamiento, la percepción del propio conocimiento, la justificación de la ética y del deber, ahora es sólo, de acuerdo con las palabras que ha difundido por las redes el vicealmirante de la flota rusa del Báltico, y que vociferó a sus soldados sobre la cubierta de un buque, alguien que “traicionó a su tierra”, que se humilló y se arrodilló para conseguir una cátedra universitaria y, sobre todo, que “escribió algunos libros incomprensibles que ninguno de los que estáis presentes ha leído ni leerá jamás”. Otro “Muera la inteligencia”, como aquel contra el que Unamuno se revolvió en la inauguración del curso académico en Salamanca en octubre de 1936, de parte de aquel malencarado heredero del carlismo, el muy nacionalista español general Millán Astray, y que le costó al escritor vasco un amargo final de arresto y oprobio. 

Una vez, en un vuelo diurno desde Lituania hasta Inglaterra, distinguí desde mi ventanilla derecha la larga y fina franja de arena que sale del puerto lituano de Klaipėda y llega hasta las costas polacas, varios cientos de kilómetros al sur, con mar a los dos lados, y que se interrumpe sólo cuando se une al continente a mitad de camino, en la península de Kaliningrado. Fui siguiendo esa larguísima hebra de arena como hipnotizado, con ese punto de irrealidad y rara alegría que se siente al reconocer cosas que hasta ese momento no han existido más que en la abstracción de los mapas o las fotografías. Lo que no recuerdo es haber distinguido las líneas fronterizas entre Lituania y el enclave ruso, ni entre Kaliningrado y Polonia, como jamás he distinguido desde arriba ninguna de las líneas imaginarias que los hombres marcan en los mapas y sirven como tapón a las corrientes humanas, al cumplimiento y amparo de las leyes, a la universalidad que pretendía el ilustrado Kant en sus teorías filosóficas. 

En los últimos meses he leído más que nunca textos de Immanuel Kant. Desde que acabé el Bachillerato no había leído tanto de Kant y sobre Kant. Las clases de Filosofía me han reconciliado con viejos amigos y enemigos, con conceptos que se oxidan en la memoria: los límites de la razón, el método trascendental de conocimiento, el imperativo moral categórico. Andaba preparando unos textos para los exámenes finales de diciembre, cuando entre la maraña de escritos, libros, apuntes y el reflujo de Internet apareció el titular de la BBC donde se abría paso la comedia: "No you Kant. Russians reject German thinker's name for airport". Pero no, Kant no estaba en la prensa europea para el debate filosófico, sino para advertirnos una vez más del mal de nuestro tiempo. 

Cualquier estudiante de Bachillerato sabe que, según Kant, la filosofía debe dar respuestas a tres preguntas: ¿Qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, y ¿qué me cabe esperar? Viendo el cariz que toma la política internacional, con nacionalistas empedernidos a uno y otro lado del Atlántico, cada día es más desolador pensar en la proyección de la tercera pregunta. ¿También en Europa nos dejaremos tomar como rehenes de estas fabulaciones esenciales que nos hacen más de la aldea que del género humano? Canta Jorge Drexler que todos somos “de ningún lado del todo / y de todos lados un poco”. Nos sigue haciendo falta leer tanto, y viajar, como hace casi un siglo cuando, antes de las catástrofes supremas, Pío Baroja nos dio la buena e imperecedera receta. También la de Kant lo es: Sapere aude!



miércoles, 26 de septiembre de 2018

Versos de la España diversa, en el Cervantes de Bruselas

En 2001 la Comisión Europea y el Consejo de Europa fijaron el 26 de septiembre como el Día Europeo de las Lenguas. Es una celebración de la diversidad lingüística de nuestro continente, de la variedad que nos hace europeos y sobre la que se asientan nuestras democracias. España tiene varias lenguas oficiales, pero por desgracia no es demasiado común verlas hermanadas en actos oficiales, escucharse unas a otras para celebrarse en su variedad. Que el poeta Luis García Montero dirija el Instituto Cervantes es un factor propicio para enfocar las cosas desde la sensibilidad que entiende la diferencia. Para que las lenguas de España se hagan oír juntas, y para que pregonen sus acentos por el mundo. Y hasta Bruselas llegan, en este Día Europeo de las Lenguas, hasta la capital de Europa, para ofrecer un recital poético intenso y plural, tan nuestro: Versos de la España diversa.

La sede del Instituto Cervantes en Bruselas es un espacio luminoso y acogedor, con una rica biblioteca y un salón de actos abierto a la luz de una ancha cristalera tras la que transcurren el tráfico y la vida colorida de la Avenue Louise. García Montero presenta el acto y habla del valor de la lengua materna para expresar lo más íntimo que le ocurre al ser humano. Recuerda que el proyecto de Europa tiene dos cosas en común con la literatura: la fe en una convivencia en libertad y el respeto a la singularidad. Para hablar del respeto a las lenguas maternas, cita a Cervantes, cuando hace decir con clarividencia a don Quijote: “Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya”.
Y precisamente un vasco inicia el recital. Bernardo Atxaga lee varios poemas en euskera y en castellano, y recuerda que es un escritor bilingüe. Joan Margarit y Estel Solé recitan poemas en catalán. La cordobesa Elena Medel y el murciano Eloy Sánchez Rosillo en castellano. Yolanda Castaño y Manuel Rivas en gallego. Manuel Rivas actualiza el ideal ilustrado: “Liberdade, igualdade, fraternidade… e diversidade”. Los poemas van apareciendo traducidos en una pantalla a las dos lenguas de Bélgica, el francés y el neerlandés. En la sede del Cervantes, en una cálida tarde de septiembre, rodeados de libros que encierran toda la diversidad de España, los versos en todas nuestras lenguas oficiales suenan a verdadera concordia, a familiaridad, a extraña normalidad.

Un buen amigo siempre me dice que uno de los errores políticos estructurales de España es no haber tomado como verdaderamente propias todas las lenguas que se hablan en la Península y haberlas integrado en el sistema educativo de todo el país. Me repite siempre que echa mucho en falta no haber aprendido al menos algo de catalán, de gallego o de euskera en la escuela, y que es una anomalía que, aún a estas alturas, en las comunidades autónomas no bilingües siga sin ofrecerse a los estudiantes más jóvenes siquiera la posibilidad de iniciarse en las otras lenguas españolas.

Porque no se puede entender, y mucho menos amar, aquello que no se conoce. “La democracia efectiva debe ser también afectiva”, dice Manuel Rivas. Tenemos la suerte de utilizar como idioma común una lengua pujante, internacional, con una tradición literaria que ha aportado a la humanidad joyas como el Quijote o Cien años de soledad, que además es capaz de traspasar las fronteras más infranqueables, enriqueciéndose con voces y experiencias culturales de cualquier continente. El español es un lengua bella y sólida, y además útil para la proyección internacional de España. Pero no son menos nuestras las culturas que han creado La plaça del Diamant, O lapis do carpinteiro, Obabakoak. Tenemos además otros tesoros de los que la cultura oficial, nacional, se ha desentendido, incluso en democracia, como desplazándolos a sus rincones provincianos, en lugar de pasearlos y exhibirlos como un patrimonio verdadero del que sentirnos todos orgullosos. Ojalá estos Versos de la España diversa recitados en el Cervantes de Bruselas sean el primero de muchos actos que nos ayuden a conocernos mejor para poder reencontrarnos.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Gala 'Música y Poesía' para celebrar diez años de educación democrática en la Escuela de Ciudadanos

La relación entre la música y la poesía es tan estrecha que se remonta a sus propios orígenes, a las palabras de la tribu que en la primera literatura oral se mezclaban con los ritmos y los sonidos de la comunidad. Así ha sido siempre, a lo largo de la historia de la literatura, y así ha sido también en épocas recientes en que la música ha servido de educación literaria y sentimental de poetas y artistas. Poetas como Luis García Montero, que volvió a Manzanares el pasado domingo 13 de mayo para hablar de esta relación indisoluble en la Gala Música y Poesía, con que se celebró el X Aniversario de la Escuela de Ciudadanos.

La gala supuso el broche para esta décima temporada en que la Escuela de Ciudadanos ha ofrecido a los habitantes de Manzanares y su comarca conferencias y disertaciones del más alto nivel, por donde han pasado periodistas, escritores, políticos, cantantes, jueces y personalidades de especial relevancia en la historia reciente de nuestro país, con el objetivo común de crear un espacio de reflexión, de educación, de comunicación, de ideas compartidas: de ciudadanía democrática, en definitiva. En esta ocasión el acto se celebró en el Gran Teatro de Manzanares, ante 700 personas que llenaron prácticamente todas las localidades del recinto, y que pudieron disfrutar de la alocución del profesor y poeta García Montero y de un concierto íntimo de quien tantos poemas ha versionado y convertido en música, el cantante y compositor canario Pedro Guerra. 


El acto, elegante y distendido, que fue presentado por el periodista Juanjo Díaz-Portales, comenzó con un vídeo en el que se repasaban algunas de las versiones de poemas musicados más conocidas, en las voces de Serrat, Miguel Ríos, Ana Belén, Paco Ibáñez o Leonard Cohen, y con imágenes y portadas de discos que aunaron la poesía y la música. Se recordó a continuación a todos los profesores que han contribuido con su presencia y sus palabras a que la Escuela de Ciudadanos creciera y significara durante los últimos diez años. Desde 2008 han sido 65 personalidades las que han pasado por la Escuela, en sus diferentes espacios: la Biblioteca Municipal, el Castillo de Pilas Bonas y la Casa de Cultura. Todos ellos fueron apareciendo por la pantalla, incluyendo a varios que ya no están con nosotros: Enrique Sierra, María Antonia Iglesias, Manuel Marín y Forges, para los que hubo un recuerdo emocionado.

Si hay un referente moderno que integre la música y la poesía, ése es el cantante norteamericano Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016. El poeta albaceteño Matías Miguel Clemente recitó una traducción al castellano de su célebre canción Blowin’ in the Wind, acompañado por la violonchelista Cristina Olmedilla, y también interpretaron con brillantez uno de los grandes poemas de la literatura española del siglo XX, Retrato, de Antonio Machado, que en su día fue musicado porSerrat y Alberto Cortez.




A continuación llegó la gran lección literaria y cívica: el poeta granadinoLuis García Montero se dirigió al público de Manzanares como el granprofesor de Literatura que es, y en un tono pausado, emotivo, siempre didáctico, habló de la necesaria relación entre la poesía y la música. “Hermandad de la poesía y la canción”, en sus palabras, que existe desde los orígenes más remotos, desde las primeras narraciones de la literatura oral al calor de una hoguera, a través de las cuales se perpetuaba el diálogo generacional. Un hilo que no debería romperse, a pesar de que, según el poeta, actualmente “la mercantilización del tiempo está evitando el diálogo entre generaciones”.

La música popular ha venido a lo largo de la historia al rescate de la poesía cuando el lenguaje poético se encerraba en sí mismo: “Cuando la poesía nos aleja de la palabras de la tribu y el género empieza a oler a cerrado, el mejor remedio que han tenido siempre los poetas ha sidoabrir las ventanas para que entre en la casa la canción, que trae el rumor de la calle”. Así ocurrió en la Edad Media, en el Barroco, en el Romanticismo, y de ahí la importancia de los cantautores en su diálogo con la poesía, según García Montero, “para intentar hablar como se escribe y escribir como se habla”. Recordó también el poeta granadino quiénes fueron de niño sus primeros referentes entre la poesía y la música: Paco Ibáñez, con su primer disco con poemas de Góngora y García Lorca, y Joan Manuel Serrat cantando a Antonio Machado, a quien tuvo la suerte de escuchar a los diez años en clase, y que fue poco después el primer disco que compró: “En nuestro país, durante mucho tiempo, la poesía y la canción fueron parte de nuestra educación sentimental”.



Para Luis García Montero, es necesario que la poesía esté con los pies en la tierra, que viva en la calle, y una de las grandes tareas de la poesía es configurar la educación sentimental: “Si no conseguimostransformar nuestra intimidad, no vamos nunca a conseguir defender sueños justos en el espacio de lo público”. Ante la inmediatez de las respuestas que no exigen reflexión, el autor de Habitaciones separadas reivindicó la relación entre la búsqueda del lenguaje preciso y el pensamiento crítico: “Cuando renunciamos a nuestras ilusiones colectivas, basta con un “me gusta” o con un “ok”, pero cuando tenemos ilusiones colectivas, necesitamos mantener un idioma, un lenguaje que nos permita comprender a los demás y que nos permita dar explicaciones a los demás”.

También leyó algunos de sus poemas que han sido hechos canciones, y explicó anécdotas sobre el proceso de adaptación de sus versos: Señor de la noche, que cantó Serrat, Aunque tú no lo sepas, versionado por Quique González y que cantó Enrique Urquijo, su adaptación de El durmiente del valle, de Rimbaud, para Pedro Guerra, y Nube negra, la letra que hizo para que su amigo Joaquín Sabina volviera a la canción.




La segunda parte de la gala, después de que Miguel Matías Clementey Cristina Olmedilla interpretaran el soneto de Sabina Palabras para Pedro, dedicado a Pedro Guerra, fue la actuación del músico tinerfeño. En 2003 Pedro Guerra publicó el disco La palabra en el aire, en el que versionó poemas de Ángel González, que colaboró con él e intervino en el disco y también en algunos conciertos. Diez años después de la muerte del poeta asturiano, Pedro Guerra ha reeditado el disco y comenzado una gira que servirá como homenaje.

En un tono cercano, casi íntimo, a la guitarra, Pedro Guerra deleitó al público de Manzanares con canciones de este disco y otros clásicos de su repertorio, recordando al tiempo vivencias junto a Ángel González y otros poetas a los que versionó. Recordó que para él la poesía y las letras de las canciones son géneros distintos. Además de su larga trayectoria como músico y compositor, Pedro Guerra también es poeta, pues publicó en 2016 su libro Hurgando en la caja negra, muchos años después de que el propio Ángel González, después de leer sus intentos de poemas, le recomendara: “Pedro, esto hay que trabajarlo más”, según contó entre risas el artista. (La portada, el diseño y la maquetación del libro Hurgando en la caja negra es obra casualmente de una manzanareña, Cristina Reina).

Donde pongo la vida pongo el fuego, Tango de madrugada, Vals del atardecer, hicieron las delicias del público junto a la interpretación de Sin puntos ni comas, de Sabina o El durmiente del valle, en la versión de García Montero, que no dudó en subirse de nuevo al escenario cuando fue requerido por Pedro Guerra, para recordar aquellos conciertos en que el cantante estuvo acompañado de Ángel González. Después de su clásico Contamíname, que fue coreado por el público, el cantante despidió el concierto con uno de los poemas de amor más conmovedores de González: Me basta así.



Entre el público que aplaudió con insistencia la actuación de Pedro Guerra y el desarrollo de la gala estuvieron presentes algunos responsables políticos: el presidente de la Diputación de Ciudad Real, José Manuel Caballero; el alcalde de Manzanares, Julián Nieva, así como varios concejales y representantes de todos los partidos políticos locales excepto uno; el senador Nemesio de Lara; el ex diputado nacional Cayo Lara; e igualmente otras personalidades como el doctor y profesor Miguel Lorente, que fue profesor de la Escuela de Ciudadanos; o el pintor granadino Juan Vida, ilustrador de muchos libros de García Montero; y representantes de los patrocinadores, Fundación Unicaja y Cadena Ser.

En esta gala hubo también un momento necesario, aunque inesperado por él mismo: Luis García Montero, en nombre de los alumnos y colaboradores de la Escuela de Ciudadanos, entregó una placa de reconocimiento a Román Orozco, director, fundador y alma máter de esta escuela de educación democrática. Gracias a él, y al constanteapoyo de los vecinos de Manzanares y su comarca, han sido posibles los primeros diez años de la Escuela de Ciudadanos, los primeros diez años de este gran espacio compartido de ideas, literatura, música, democracia, ciudadanía.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Viva Santiago, y viva en Membrilla

Se sobresalta uno últimamente cuando aparece el nombre de Membrilla en la prensa. Cuando no es por la jota es por el fandango, cuando no es por tuberías ilegales es por jugarretas de algún politiquillo con ínfulas. Pero la noticia que hoy ha dado la vuelta a España y ya corre por la prensa europea es simpática, qué quieren que les diga.


Membrilla ha saltado a los telediarios y a los periódicos porque un cuadro que el pintor Antonio Ximénez había donado a la Iglesia de Santiago el Mayor ha sido retirado, tapado o escondido. Hace unos meses el artista, que después de vivir media vida en Hawái está asentado en Miami, se dio cuenta de que no estaba donde debía estar, y pidió explicaciones al párroco. Al parecer las explicaciones no son muy convincentes: el párroco no da señales de vida y el Obispado ha salido al paso con un comunicado a la agencia EFE en el que explica que “se reubicó el mobiliario y en su lugar se puso un armario”. Para un artista cuyas obras han dado varias vueltas al mundo, que llegó a exponer nada menos que con Picasso y Tàpies (España Libre. Arte español de Picasso a Ximénez, Italia, 1964), y que donó con cariño a su pueblo una obra que la propia parroquia local le encargó, no ha debido de ser plato de gusto que el cuadro desaparezca de la vista.

Un escritor que prepara la biografía de Antonio Ximénez visitó Membrilla el pasado verano para documentarse en el pueblo natal del artista, y pidió al párroco de nuestro pueblo ver el cuadro. Al parecer, el cuadro estuvo algunos años en la sacristía o en la sala capitular de nuestra iglesia de Santiago el Mayor. El cuadro fue pintado en la otra punta del mundo, en Hawái, y desde la Polinesia viajó a la iglesia de Membrilla por gusto del autor. Poca publicidad le darían a la adquisición cuando pocos en el pueblo sabíamos que esa obra de arte estaba en nuestro municipio, y cuando ni siquiera sabemos desde cuándo ese cuadro pasó de la sacristía a ese lugar oscuro en que está tapado por una sábana para que no coja polvo. El artista, que tiene 87 años y se ha comunicado con los medios españoles desde el calor de la Florida, dice que cuando supo de la tropelía dio un plazo de seis meses al párroco para poner el cuadro a la vista de los vecinos de Membrilla, o en caso contrario que se lo devuelva. Como no ha habido respuesta, aquí estamos.

Lo gracioso del asunto es que esta polémica nos ha servido a muchos vecinos de Membrilla, y a no pocos manchegos y españoles, para conocer la existencia de este cuadro, y para que acreciente nuestro interés por saber más de la obra de Antonio Ximénez. En mi cabeza y en la de aquellos que crecimos en Membrilla en los 80 y 90 está la Alegoría de Baco, que es un cuadro sugerente y sensual, alegre y colorido, a mi juicio mucho más logrado que este de Santiago Apóstol. De niño, ante la sobriedad del paisaje cultural que nos rodeaba, me llamaba tanto la atención ese cuadro de colores vivos, de rostros aún más vivos, risueños y casi reales, con una alegría de racimos verdes en los capachos, de vasos de tinto hasta arriba, de risas abiertas, con nuestra ermita del Espino y el pueblo de fondo. Era para mí, aunque fuera un niño y no supiera nada, un mensaje nostálgico que me decía que en mi pueblo la gente había sido feliz.

Pero es verdad que en Membrilla no se ha hecho una reivindicación constante de este artista que es universal pero también es nuestro. Y muchos de nosotros sabemos muy poco de Antonio Ximénez. En 2002 tuve la suerte de asistir a una exposición grandiosa (por el tamaño de los cuadros, por la calidez de los colores, por la vitalidad de los cuerpos y los rostros retratados) en el Gran Teatro de Manzanares. En 2009 estos cuadros fueron expuestos también en la Casa de la Cultura de Membrilla. Y en el pueblo no tenemos hasta hoy muchas más referencias: ¿publicaciones, reproducciones de sus obras en espacios públicos, un museo local? Hasta hoy, que la prensa española y extranjera viene a recordarnos que de nuestro pueblo salió un artista de categoría, que se codeó con las grandes figuras del arte del siglo XX, que pintó y expuso en todos los continentes, y que conserva amor a su pueblo hasta el punto de regalarle dos cuadros que son una alegría.

Este cuadro de Santiago Apóstol por el que la obra de Antonio Ximénez ha vuelto a todos nosotros no es seguramente el mejor del artista, pero en él están, sin duda plenamente, su estilo y también Membrilla. Yo desconocía este Santiago que es un joven vigoroso, señalado en su túnica azul con la cruz y la vieira, con cayado y sombrero de paja a un lado, que está además rodeado por los símbolos más característicos de Santiago y de Membrilla, en una profusión de colores que insufla alegría. No lo conocía, pero ahora que lo conozco me gusta, porque habla con inocencia infantil y con sensualidad cromática de una figura que representa tanto en la historia de mi pueblo: Santiago Apóstol.

Hace pocos años los vecinos de Membrilla vimos con estupor cómo la imagen de Santiago Matamoros que estaba en la ermita del Espino era mutilada, despojada de las figuras y objetos que eran su esencia. Ahora vemos también cómo esta interpretación colorida y vitalista ha sido censurada, escondida, hurtada a las miradas de los vecinos. No sé si el responsable de estos ataques al símbolo local de Santiago Apóstol es el párroco, pero lo que sí tengo claro es que Membrilla debe reivindicar esta figura, y también la del artista internacional que ha querido ligar su obra con la historia de nuestro pueblo. Por eso me permitiré hacer una sugerencia a las autoridades locales, al alcalde o a quien mande en el Ayuntamiento: desde hoy mismo deberían actuar, mediar, negociar, para que esta obra de Antonio Ximénez sea cedida al Ayuntamiento y se exhiba en un lugar adecuado a lo que representa. Aprovechemos esta notoriedad sobrevenida por una polémica que debería haberse evitado, para sacar algo tan positivo: que todos aquellos que desconocíamos la obra podamos contemplarla, disfrutarla, sentirla nuestra, y que aquellos que desde fuera se han interesado por la polémica se interesen también por venir a verla, por venir a vernos. Demostremos que Membrilla puede dar más alegrías que disgustos.