jueves, 24 de diciembre de 2015

Pacific Beach: un retiro de invierno frente al Pacífico

Con el invierno recién estrenado, con la sombra de las tensiones del final del trimestre escolar, encuentro un lugar ideal para unos días de lento retiro navideño. Pacific Beach es uno de los barrios más vitales de San Diego, pero en estas fechas es un plácido remanso de paz, palmeras y playa. Al norte de la enorme bahía de San Diego, en la desembocadura del río San Diego, hay otra bahía, una falsa bahía, un complejo lagunar con islas, playas, parques, hoteles, pequeños puertos deportivos e incluso un parque temático marino de fama mundial, SeaWorld San Diego: todo esto es Mission Bay. Un brazo de tierra, con anchas playas, paseo marítimo y casas de vacaciones en primera línea, protege del mar abierto al laberinto de lagunas. Pacific Beach es un barrio ordenado y tranquilo, encajado entre las lagunas de Mission Bay, el océano Pacífico y el hermoso y más suntuoso barrio de La Jolla.

         Paseo con una bicicleta rosa por la orilla de la laguna, trazando un arco suave frente a las residencias de verano, pequeños complejos de habitaciones con balcones o casitas bajas con jardines cuidados, piscinas, hamacas, palmeras bajas y palmeras altas, salones de anchas cristaleras con vistas a la bahía. En la costa californiana, como en algunos lugares de Europa, se llevan estas bicicletas de paseo, de aparatosos manillares como astas de toro, sin frenos en el manillar, pues para frenar no hace falta más que invertir el sentido de los pedales. Por la sinuosa línea asfaltada circulan muy despacio grupos de ciclistas, tándems, jóvenes con patines, parejas de jubilados caminando, corredores con auriculares que empujan carritos de bebés. Los paseantes de perros prefieren caminar por la arena, dejar a los perros corretear en el agua. Hay pescadores ocasionales, barcos que tiran de surfistas, un monitor de voleibol enseñando a sus alumnos el saque, otros grupos jugando al vóley-playa, familias jugando a la petanca en la arena, niñas con vestidos de colores vivos echando al aire endebles cometas.

         Entre las casas que miran a la bahía hay un lujo envejecido, y un descuido natural y envidiable que lleva a la gente a dejar al aire, a cualquier hora, pertenencias que saben que nadie se llevará: hamacas, cocinas de gas, sillas y mesas de metal en las terrazas, bicicletas, máquinas cortacésped, banderas, adornos varios. Entre las casas salen pequeñas callecitas, no más anchas que un pasillo, sombreadas por las altas palmeras, por los jardines con flores tropicales, que llevan hasta la playa, hasta el mar abierto, hasta el océano Pacífico. Hay amplias zonas de arena con redes de voleibol, y anchos parques de césped con utensilios de barbacoa, parques infantiles, pasillos sobre el agua hasta los restaurantes de las diminutas islas, en torno a las que se arraciman barquitos sobre el agua quieta.


         En el límite entre Mission Beach y Pacific Beach, frente al océano, hay un parque de atracciones, Belmont Park, con sus carruseles, con su montaña rusa de madera, funcionando desde hace casi un siglo, desde los felices años 20 en que aquella sociedad blanca y opulenta empezaba a asentarse en el paraíso de la costa oeste. Frente a la playa hay un paseo marítimo siempre muy concurrido, tranquilo estos días, como en cualquier playa mediterránea recién llegada la temporada baja. Más casas de vacaciones, con terrazas altas y otras al nivel del suelo, abiertas a los paseantes, donde turistas americanos beben cervezas tumbados en una hamaca, con gafas de sol y gorra de béisbol, o altas copas de vino blanco, expuestos al sol, en pantalones cortos, comentando los giros rápidos de los muchos que aprovechan el viento para hacer kitesurf, con sus anchas bolsas de colores zigzagueando en el aire.

         Cruzan en lenta hilera sobre las casas las bandadas de pelícanos. Hay parejas sentadas en sus sillas portátiles sobre la arena. Padres enseñando a sus hijos a hacer volar sus cometas. Hay gente dentro del agua, a pesar de que el agua está muy fría, hay paseantes descalzos por la arena, hay algunos surfistas, algunos lectores al sol. Jugamos un rato al balón en la orilla, caminamos por la arena, espantamos las gaviotas y los cuervos. Hay algunas nubes bajas, hay una luminosidad casi hiriente.

         Otro día está lloviendo desde el amanecer, en cortas rachas que arrastra el viento, chispea pero la gente sigue paseando por la orilla, por el paseo marítimo, por entre las casitas de madera pintada del pier, por el pasillo adornado con aros salvavidas con mensajes navideños. Al final del muelle hay un árbol de Navidad, y hasta ahí llegan los adolescentes y los jubilados para hacerse fotos, con el mar picado de fondo. Tanto si hace mucho sol como si hace mucho viento, como si llueve y refresca, uno encuentra cualquier día, al mismo tiempo, gentes en calzón corto y chanclillas, en cazadora polar, con impermeable, en tirantes, con gafas de sol, con los pies descalzos, incluso combinaciones de sandalias y abrigo gordo. Probablemente sea una más de las formas de independencia e indiferencia americanas: uno decide qué se va a poner sin consultar siquiera con la ventana de casa, y después todo el mundo encuentra natural lo que ve por la calle, y nadie se siente incómodo.

         A todo lo largo de Mission Beach están construyendo una defensa contra las inundaciones. Además de dunas de arena, junto al paseo marítimo, una línea de contrafuertes de tablas de madera, y una segunda de bloques de hormigón. Muchos bares de la primera línea acaban de arreglar sus terrazas. Este año El Niño está trayendo más tormentas de las acostumbradas, y varias veces el agua ha desbordado la playa. Todo es tan cuadriculado, tan ordenado y medido, que hasta los nombres de las calles, de playas californianas o de ciudades europeas, siguen un escrupuloso orden alfabético: Venice, Verona, York. Ahí empieza otra vez Pacific Beach, empiezan sus calles también cuadriculadas, también ordenadas, anchas avenidas con aceras pobladas como pequeños bosques, con palmeras altísimas de las que la tormenta ha desprendido largas hojas y cortezas. Calles que, también como un bosque, de noche se quedan oscuras, casi silenciosas, íntimas. Pacific Beach es un conjunto de postales típicamente californianas, es la placidez templada del sol poniéndose sobre el Pacífico, es un lugar del que daría tanta pena irse.

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