miércoles, 2 de agosto de 2017

En el Camino: 24ª etapa: Oporto-Póvoa de Varzim

Salgo de Oporto buscando la primera etapa por la costa, para evitar aglomeraciones. Siguiendo la hoz del río por un paseo fluvial que muy pronto es marítimo: el Duero de azul intenso enseguida se convierte en océano. Hay pequeñas playas rocosas llenas de bañistas, amplios paseos arbolados con mucha gente haciendo deporte. Las playas poco a poco son más amplias, más arenosas, pero me retiro del mar para entrar en Matosinhos, donde atravieso un puente móvil de hierro, y después calles anchas comerciales que me llevan hacia el norte. Encuentro algunas parejas de peregrinos que hablan alemán: me enternece ver a esta gente con su ropa limpia y nueva, su caminar urbano, sus mochilas demasiado llenas, sus manos llenas de papeles y planos, su aire perdido. Cada uno hace su Camino, y no es poco que alguien, quien sea, desde cualquier lugar de Europa o del mundo, se decida a salir unos días de las comodidades de su casa para ponerse a caminar hacia algún sitio.

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Cruzo pueblos cercanos al aeropuerto, Leça da Palmeira, Perafita, Lavra, con iglesias blancas con fachadas de azulejos, y después muchos maizales. Los pueblos tienen calles estrechas cercadas por muros de granito, vaquerías, quintas cuidadas, tractorcitos sin cabina que cruzan muy deprisa. Hay amplios bosques de eucaliptos que el Camino atraviesa por vetustas carreteras de piedra. Labruge, Vila Chã, Mindelos, a través de los callejones que salen a la izquierda o de los pequeños pedazos de barbecho entre maizales se ve el mar. 

Al pasar por la calle principal de Árvore el móvil se apaga, y las fuerzas y la voluntad van más que justas. Paro a tomar una cerveza en la primera terraza que encuentro. La dueña está fumando fuera, es una mujer morena y guapa, delgada, enérgica. Me habla en español y enseguida cambia al portugués. Me cuenta que el Camino original cruzaba por aquí, y no por el interior. Conoce bien a los españoles porque trabajó muchos años como administrativa para una empresa que tenía proveedores y clientes españoles, y aprendió hablando con unos y con otros: “Eles não tinham nenhum interesse em aprenderem a nossa língua”. Estos son pueblos de playa, muy acostumbrados a los turistas. “Mas os peregrinos são outra coisa”, y me cuenta historias de algunos que llegan durante el invierno, peregrinando desde casi tan lejos como yo, pidiendo comida a cambio de alguna ayuda, porque no traen dinero. Su hija viene a contarme que ha escogido español en sus clases para el próximo curso como tercera lengua. Empiezan a llegar más parroquianos, y todos traen un aire familiar de pueblo amable. La mujer me despide con un abrazo sentido. Hay días en una caminada tan larga donde el ánimo desfallece por momentos, y el abrazo que uno necesita llega en el momento justo.


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Unas calles más allá el pueblo ya se llama Azurara y tiene una bella iglesia románica con torre y un cruceiro enfrente, y algunas casas nobles echadas a perder con tapias llenas de buganvillas, y algunos peregrinos que empiezan a salir de no sé sabe dónde. Cruzando el río Ave se entra en Vila do Conde, que tiene otra iglesia románica con torre aún más hermosa que la anterior, en lo alto del pueblo, con mucho oro en el altar y en todas las capillas, con techos de alfarje y amplios arcos de medio punto en sus columnatas. Y después está la playa, la larga línea de playa con el sol cayendo y gente jovial llenando la arena, jugando, bañándose en las aguas heladas, merendando. Hay una marina con ciertas pretensiones y hasta un casino al llegar a Póvoa de Varzim, por el mismo paseo marítimo. En la plaza hay unas casetas con libros, mucha luz, mucha gente en las terrazas. En el albergue ya empieza a haber muchos peregrinos, portugueses, alemanes, italianos. Las dos japonesas han preparado una tarta con velas para el cumpleaños de nuestro amigo italiano. Después salimos a un restaurante junto a la playa para celebrarlo cenando, lógicamente, pizzas. Nuestro paso por Oporto también nos deja una botella de vino dulce por vaciar en conversaciones que empiezan a cambiar de idioma sin orden aparente.





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