Del mismo modo que las noticias y circunstancias españolas
son irrelevantes en la prensa norteamericana, no hay día en que no aparezcan en
las portadas de los periódicos españoles noticias relacionadas con Estados
Unidos. Quizás antes uno no era tan consciente de la cantidad de noticias en la
prensa española que hablan sobre California. Acontecimientos políticos o
económicos en el estado más rico de este país, productos culturales,
referencias cinematográficas con epicentro en Hollywood, novedades tecnológicas
que parten de Silicon Valley, modas gastronómicas o textiles extendidas desde
San Francisco, incendios de proporciones bíblicas; a veces noticias anodinas e
intrascendentes sobre chorradas que ocurren en los atractivos reclamos de las
playas californianas.
Además, cuando
la noticia tiene que ver con españoles en California, es enseguida magnificada.
Somos ignorados aquí, incluso nuestros más famosos cantantes o deportistas o
actores son desconocidos para el público norteamericano. Como todos los que
llegan o pasan por aquí, como todo lo que está fuera del establishment yanqui. Y, ciertamente, es una buena lección de
humildad colectiva.
Y sin embargo estos días me
encontré una noticia que decía mucho más. El
País publicó, en español y en inglés, la crónica que Rosa Jiménez Cano hizo
sobre el concierto de Diego El Cigala
en el Hollywood Bowl de Los Ángeles.
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En el
repertorio con el que gira hay lágrimas negras y tango y romance, como en los títulos de sus discos: boleros, coplas, sones caribeños, cantados con una hondura
flamenca de la buena, de la que desgarra con lo que dice, con esa voz primitiva
y siempre a punto de romperse. «No hubo un atisbo de sensiblería. Solo hubo oro
macizo, como los que adornan sus manos, muñecas y cuello, en la noche más
amarga». De la crónica me quedo con otra frase hermosa: «El Cigala fue un profesional con letras mayúsculas, dejó de lado su
pena para dar sabor a la vida de los demás».
El flamenco
canta la pena y el destino trágico que durante siglos arrastraron los gitanos. De
los cantaores flamencos dice García Lorca: «La raza se vale de ellos para dejar
escapar su dolor y su historia verídica». El
Cigala no dijo nada al público sobre su pena reciente y honda. Cantó con su
aire flamenco esas letras de amores rotos y de ausencias, pergeñadas en el Río
de la Plata o en el Caribe: Inolvidable,
El día que me quieras, Soledad, Está lloviendo ausencia, Corazón
loco. Qué entereza la del hombre que se ha quedado solo en el mundo y ha
sido capaz de cantar su pena, y se levanta cuando la música cesa, con la
conciencia del trabajo bien hecho, respira el aire fresco de la noche
californiana y mira al público para repetir el nombre mágico de la canción con
la que ha terminado: Gracias a la vida.