Por si no hay suficientes discusiones sobre la situación de
la lengua española en los Estados Unidos, el conflicto lingüístico vuelve al
plano político en Puerto Rico. La isla caribeña, una de las últimas colonias
separadas de España en 1898, es hoy un “estado libre asociado” de Estados
Unidos. Hay quienes plantean, dentro y fuera de la isla, que debe convertirse
en el estado 51 de la Unión: así piensan el Partido Nuevo Progresista, que está
en la oposición, o el ex gobernador de Florida Jeb Bush, hoy en la carrera para
las presidenciales por el Partido Republicano, y que así lo manifestó en una
visita a la isla el pasado abril.
Pero también
hay quienes abogan por que Puerto Rico mantenga su situación híbrida dentro de
la Unión: los puertorriqueños son ciudadanos estadounidenses; pueden votar en
las elecciones primarias, pero no en las presidenciales, pues no tienen
congresistas que la representen; están sujetos a las leyes federales y a la
política exterior de Estados Unidos, pero tienen autonomía para gestionar la
mayor parte de sus asuntos internos. Incluso hay un partido independentista,
que persigue la autonomía plena de la isla.
Eso dentro del
arco parlamentario, porque fuera existen otras opciones no menos llamativas:
MRE son las siglas de la asociación Movimiento de Reunificación de Puerto Rico
con España, que han denunciado ante organismos internacionales el Tratado de
París, por el que España cedió la isla a los Estados Unidos hace 117 años. Al
igual que un grupo minoritario cubano que opera desde Francia, piden que el
tratado sea invalidado y su territorio pase a ser una comunidad autónoma
española, y de paso integrarse en la Unión Europea. No parece, de todos modos,
una idea con visos de progresar en ninguna de las dos islas caribeñas.
Y luego está
el problema lingüístico, mucho más vivo, desde luego. En 1991 Puerto Rico
recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por haber declarado el
español como lengua oficial, ante la amenaza del inglés. Dos años después, en
1993, el Parlamento aprobó una ley que equiparaba las dos lenguas, oficiales
ambas desde entonces. Y la semana pasada se aprobó, por un estrecho margen, un proyecto
de ley que volverá a dar al español el estatus de única lengua oficial en la
isla.
La propuesta
la presentó Antonio Faz Alzamora, ex presidente del Partido Popular Democrático,
que hoy está en el poder, arguyendo que “al establecer el español como primera
lengua, fortaleceremos y validaremos la realidad de que más del 80% de los
puertorriqueños no entienden ni hablan inglés”, y recordando que no se trata de
una medida que propugne “solamente español” (Spanish Only), sino “el español primero” (Spanish First). En el otro lado, el presidente del Senado defendía
que “en el siglo XXI los esfuerzos gubernamentales deben ir dirigidos al ‘pluriculturalismo’,
incluyendo la diversidad de idiomas”. Los argumentos de la senadora
independentista eran otros: que el español debe ser el único idioma en Puerto
Rico si quieren preservar su identidad cultural.
Es un asunto
con muchas aristas, porque es sobre todo un problema político, como suelen ser
todos los asuntos lingüísticos. Hace unos meses, varios medios norteamericanos
denunciaban una situación que raya entre el absurdo y la picaresca: varios
cientos de casos en que ciudadanos puertorriqueños estaban recibiendo
prestaciones (benefits) de la Seguridad
Social por ser considerados “discapacitados” (disabled) por el hecho de no hablar inglés. Es una paradoja, en un
territorio donde según el último censo el 95% de la población se expresa en
casa en castellano, y el 84% admite que no habla inglés “muy bien”.
Y el conflicto
no se queda ahí. Hay más puertorriqueños viviendo en el territorio continental
de los Estados Unidos que en la propia isla caribeña, donde hay apenas una
población de 3,5 millones de personas. La mayoría de ellos están asimilados a
la cultura yanqui y además hablan inglés perfectamente, porque es la lengua en
la que fueron escolarizados, y con la que en general se sienten más cómodos.
Sólo hay que escuchar hablar en español a Jennifer López para entender parte
del fenómeno. Aunque otros artistas famosos como Ricky Martin, Luis Fonsi o
Chayanne son muestra de lo contrario: un dominio apropiado de nuestra lengua, y
la propia consideración de que es su lengua materna.
Una compañera puertorriqueña,
profesora de Historia y plenamente competente en las dos lenguas, me contó que
cuando discute con su padre ella se pasa al inglés, en parte para hacerlo
rabiar y en parte porque se siente más cómoda. El papá, que seguramente
entiende todo en inglés, pero para quien es más cómodo expresarse en
castellano, se enoja y le replica: “¿Puedeh dejal de hablalme en tu lengua, mi
amol?”. Desde ahora el español será la única lengua oficial, pero más tarde o
más temprano Puerto Rico será un territorio bilingüe, y probablemente un estado
más de los Estados Unidos, donde quizá las soluciones lingüísticas
puertorriqueñas sean ejemplo, bueno o malo, para otros estados.
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