Las rodillas doloridas se desentumecen a lo largo de la calle Mayor de Estella (Lizarra). A la media luz de los faroles paso junto a las iglesias de piedra, junto al Palacio de los Reyes de Navarra, que hoy es una biblioteca pública. A las afueras del pueblo, en las zonas verdes y ocultas, todavía hay restos del botellón de las pasadas fiestas. Subiendo una cuesta se llega al pueblo de Ayegui, y justo a la salida, en lo alto, está el monasterio de Irache, rodeado de viñedos. A un lado, las bodegas Irache, que funcionan desde el siglo XIX, y que son famosas por ofrecer al peregrino una fuente con vino. Aunque no son todavía las siete de la mañana, echamos unos sanos tragos de tinto y rellenamos la cantimplora. Si hacemos caso a los mensajes escritos en las baldosas de la fuente, no nos faltará fortuna para llegar enteros a Santiago.
Después de comer tenemos que tomar una decisión. En la etapa de hoy, corta y sencilla, las rodillas han respondido mejor que en los últimos días, pero sin reposo los tendones no van a aguantar mucho más. Los más valientes han seguido hasta Torres del Río. Y nuestro pequeño grupo se desgaja y coge un autobús por una carretera tortuosa plena de ondulaciones. Atravesamos Sansol, Torres del Río, Bergota y Viana, y un momento después hemos pasado la línea imaginaria entre Navarra y La Rioja, con el mismo paisaje veraniego de rastrojos, monte bajo y viñedos. En vez de entrar por el puente que sobrevuela el Ebro, como casi todos los peregrinos, entramos por una parte fea y desolada de la ciudad: fábricas decadentes, negocios cerrados, edificios de apartamentos viejos y multiplicados sin sentido ni orden. Nos cuesta un poco entender que estamos en una ciudad española, hasta que por la calle Sagasta llegamos al centro, y al fondo de una calleja aparece la gran escultura en piedra de Santiago Matamoros. En la iglesia de Santiago está el albergue parroquial, adonde reposamos y reímos y bebemos buen vino que nos ofrece un sacerdote joven que habla varios idiomas. Tras la cena comunitaria, preparada entre todos, nos llevan por un pasadizo hasta el coro de la iglesia, adonde hay una reflexión común sobre la experiencia del camino, y también oraciones breves en italiano, español, portugués, holandés, alemán, francés, y una risa apagada con las extravagancias ridículas de un señor búlgaro que viaja sin dinero y que se ha pasado con el vino. Estos albergues parroquiales ofrecen servicios al peregrino a cambio del donativo que éstos quieran ofrecer. La mezcolanza de idiomas, creencias, experiencias, propósitos, en medio del ambiente de la generosidad más desprendida, no debe de ser tan distinta de la idea original del viaje en la Edad Media.
No hay comentarios:
Publicar un comentario