domingo, 14 de agosto de 2016

En el Camino, días 18 y 19: Terradillos de los Templarios-El Burgo Ranero-León

Una mañana pausada por pueblecitos envejecidos, con iglesias de ladrillo, en los límites de Palencia y León: Terradillos de los Templarios, café en Moratinos, agua de la fuente en San Nicolás del Real Camino, y cambio de provincia antes de llegar a Sahagún. A un par de kilómetros hay una ermita junto al río, y entre dos columnas una placa de piedra dice que el peregrino a Santiago ha llegado a la mitad del Camino. En Sahagún tomamos un café pausado en una confitería con la familia francesa que hoy vuelve a casa, y visitamos la iglesia color de tierra, los restos de un gran monasterio medieval, un orgulloso arco con leones en el escudo de piedra. Un puente de piedra cruza el río, y después vienen kilómetros de paisaje aburrido y feo junto a carreteras secundarias y vías del tren. Hay diez kilómetros llanos hasta Bercianos del Real Camino, y después ocho más por la misma senda de árboles tristes y paisaje entre pajizo y gris, hasta El Burgo Ranero. Hago el último tramo solo, con viento caliente de espaldas, sin cruzarme más que con algunas bicicletas y un muchacho japonés con una cámara de treinta años que me hace fotos mientras descanso en un banco polvoriento y sucio.


En El Burgo Ranero hay casas de ladrillo gastado y descampados, y viejos que gritan jugando a las cartas, con espectadores que también participan, mientras tomamos altas jarras de cerveza en las terrazas con cubiertas de lona. Me parece estar viviendo otra vez en los años 80. El grupo de italianos y españoles vuelve a estirarse, unos se quedan atrás, otros llegan. Por la mañana vemos amanecer otra vez en el campo abierto, en medio de los trece kilómetros de llano aburrido hasta Reliegos. En Reliegos hay un bar en el que la gente ha llenado las paredes de pintadas, y un ambiente de pueblo entre el aburrimiento y la desconfianza. En una hora llegamos a Mansilla de las Mulas, un pueblo con más alegría, donde volvemos a hacer una parada larga en las terrazas de la calle principal. Me hace ilusión llegar al pueblo de una buena amiga que está en California, y en la Pastelería Alonso, en la plaza del pueblo, saludo a su tío y me llevo un pastel delicioso. Qué bueno haber llegado a la España en la que sirven pinchos gratis con la bebida, y además la gente vuelve a ser amable. Cruzamos el puente sobre el río Esla, y pegados a la carretera pasamos por Villamoros de Mansilla, bajo un calor sofocante. Antes de Puente Villarente surge bajo nuestros pies la fuerza del río Porma. Bajamos al río y metemos las piernas hasta que duelen del frío. Algunos valientes se meten y se dejan arrastrar por la corriente. Aunque pensábamos detenernos aquí, las piernas y los ánimos refrescados tiran de nosotros. Y también la energía contagiosa de un muchacho de Cuenca que hace el Camino con su marioneta y sus músicas motivantes. Y también el hecho de que han desaparecido todos los dolores, en las rodillas, en los tendones, y estamos tan fuertes como al principio. Empezamos una lenta ascensión y pasamos por Arcabueja, por Valdelafuente, hasta los 880 metros del alto del Portillo. Desde ahí vemos la ciudad de León, y tardamos mucho en bajar a la ciudad y en llegar al centro, y medio derrotados pisamos la calle empredrada del albergue después de haber caminado casi 40 kilómetros. Con más de la mitad del Camino atrás, plantado frente a la fachada de la catedral, y después de una cerveza helada, uno empieza a entender la satisfacción gozosa del peregrino de otros siglos.



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