Casi recién llegado, todavía desorientado por el horario,
por la noche en vela por culpa del jet-lag, por la abrumadora presencia de
caras familiares demasiado tiempo ausentes, me ocurre algo emocionante. Y no
por esperado menos emocionante: Antonio Muñoz Molina viene a Manzanares,
también casi recién llegado de Estados Unidos, a dar una conferencia, y tengo
el inmerecido privilegio de compartir un rato con él. Uno, que no es más que un
humilde profesor que escribe cosas, se siente muy pequeño cuando tiene delante
no ya a un intelectual muy admirado, sino a alguien en quien lleva inspirándose
media vida.
La conferencia
de Muñoz Molina es la que clausura el VII curso de la Escuela de Ciudadanos,
que dirige el periodista Román Orozco. La Escuela de Ciudadanos de Manzanares es
seguramente el hecho cultural más importante que ha sucedido en La Mancha en
las últimas décadas. La conferencia de Muñoz Molina se llama ‘Por una
democracia educada’: escuchar las palabras templadas de quien sabe tantas cosas
y tiene detrás una obra literaria tan intensa, es un verdadero regalo, para mí
y para varios cientos de vecinos de este rincón de España. El mundo literario
por el que empezamos a admirarlo se complementa con su espíritu crítico ante la
sociedad y su sólida conciencia cívica.
Recuerdo que
llegué a su obra por una de esas felices casualidades que ofrecen los largos
paseos por pasillos de bibliotecas, recién empezados mis estudios, en la sección
de escritores locales de la biblioteca de la Facultad de Letras de Granada.
Cuántas horas hemos vivido entre las calles y plazas de Mágina, cuánto hemos
aprendido de nosotros mismos en ese continuo Bildungsroman que nos lleva de la España interior al movimiento perpetuo
de Nueva York.
De cerca, es la misma persona cordial
que nos habla de arte o de literatura en sus artículos, la misma persona
generosa que nos explica su visión de nuestro país en Todo lo que era sólido. Chaqueta y barba gris, piernas muy
delgadas, zapatos marrones que contrastan con los colores suaves del conjunto,
con una mochila al hombro llega y se va, con el gesto serio, dejando la palabra
precisa en cada intervención. Cuántos intelectuales así, tan honestos con su
trabajo y con la vida pública, hacen falta en nuestro país, en nuestra lengua.
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