En qué poco
tiempo van cambiando tantas cosas. Es un tópico aburrido decir hoy que hemos
organizado nuestra vida en torno al teléfono móvil. Llamadas a cualquier lugar
del mundo, acceso ilimitado a Internet, en realidad se trata de la mejor agenda
imaginable, y la más cómoda oficina móvil, incluso para quienes no necesitan
oficina o no necesitan que se mueva. Utilizamos el móvil tantas horas al día
que nos enfrentamos a problemas nuevos: hay que cargar la batería
continuamente. Cuando uno está fuera de casa, cuando uno anda por una ciudad
extranjera, surge este problema para el que existen varias soluciones rápidas,
pero uno no cae en las cosas hasta que no las necesita.
Hace unas semanas, a las puertas
de un museo en San Francisco, se me apagó el móvil. Estuve varias horas sin
saber qué había pasado en las elecciones en España, si bien lo previsible del resultado
y las muestras del museo mitigaron mi primera inquietud. Pero empecé a darle
vueltas al asunto, y a pensar que acabaríamos necesitando puestos de carga como
antes necesitábamos cabinas de teléfono en las aceras. Caminaba un día o dos
después por una de las largas y rectas avenidas del centro, al tiempo que
probablemente hablaba con alguien en España o enviaba fotos. La batería se
descargó y el móvil se apagó de nuevo. La sensación, en estos casos en que no
es demasiado urgente la comunicación, es más de recibir un espacio de alivio
que puede durar varias horas. Pero la casualidad me llevó a desayunar a un
Starbuck’s donde descubrí que aquello que había pensado estaba en realidad ya
inventado.
Muchas de las cafeterías
Starbuck’s en Estados Unidos son lugares muy amplios, cómodos, con grandes
mesas o sofás. A lo largo de una mesa de madera maciza encontré varios puntos
de carga de móviles. Ni siquiera era necesario conectar un cable a la corriente
eléctrica. De una tablita vertical colgaban cargadores con entradas para todo
tipo de teléfonos. Al otro extremo, una especie de anillo que simplemente hay
que posar sobre una superficie que emite la energía de carga. Soluciones
rápidas y eficientes para necesidades nuevas y casi urgentes.
Después he visto cosas
parecidas, puestos con cables para cargar los móviles, como los que ya hay
desde hace tiempo en algunos aeropuertos, también en centros comerciales de Los
Ángeles o San Francisco. En los aeropuertos extranjeros, además, nos hemos
acostumbrado en muy pocos años a que haya una red de wifi en condiciones. Lo
que por un lado nos resta parte de esos tiempos muertos que dedicábamos
simplemente a leer o a recorrer la sucesión de tiendas de las terminales, a
hojear periódicos y revistas en lenguas que no entendemos, a mirar deportes en
pantallas de restaurantes, pero por otro lado nos conforta al saber que no se
rompe el hilo de la comunicación continua aun cuando estemos lejos.
Pero lo que más sorprendido me
ha dejado últimamente es lo que he vivido hoy, lo que estoy viviendo mientras
escribo. Regreso a Europa después de casi un año, hago una escala en Estocolmo
en la que me da tiempo a repetir mis viejos hábito de aeropuerto y los nuevos
de individuo en comunicación sin descanso, y me subo al último avión que me
lleva a España. Y al subir al avión nos anuncian que en breves minutos se
pondrá en funcionamiento el servicio de wifi, ¡dentro del avión!
Ignoro el tiempo que esta
tecnología está funcionando. Recuerdo haber leído hace tiempo en el periódico
que se estaba estudiando. Pero a mí no ha dejado de sorprenderme. La conexión
funciona, uno puede enviar en directo a la familia fotografías del cielo de Suecia,
de las costas noruegas, y el hilo de comunicación constante sin el que quizás
ya no sabríamos vivir parece más irrompible que nunca. ¿Nos estamos pasando?
¿Era necesario? ¿Por qué no utilizarlo si me lo ofrecen? Lo cierto es que he
podido colgar esta entrada en el blog antes de divisar, después de tantos
meses, las pardas llanuras que rodean Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario