viernes, 29 de julio de 2016

En el Camino, 2: De Roncesvalles a Larrasoaña

Al salir de Roncesvalles una señal de tráfico marca los kilómetros a un destino lejano: Santiago de Compostela 790. En la mañana helada de finales de julio, el camino es un túnel con luz al fondo bajo las ramas de las hayas y después los robles. Siguiendo el curso del río Arga llegamos a Burguete, frente al hotel modesto en el que se hospedaba Ernest Hemingway en sus visitas a la selva de Irati. A lo largo de la calle principal discurre el agua ligera por un albañal abierto. Burguete (Auritz), Espinal (Aurizberri), pueblecitos limpios de fachadas blancas, ventanales rojos, tejados muy empinados para que escurra la nieve. Los dinteles de las puertas lucen con orgullo piedras con inscripciones con los nombres de quienes hicieron las casas en los siglos XVIII y XIX. Las mujeres salen a los balcones de madera a regar las hileras de geranios rosas, blancos, rojos, entre la ropa tendida.

Vadeamos riachuelos sobre piedras volcadas, atravesamos fincas con vacas sueltas. Hay una subida asfixiante dentro del bosque hasta el Alto de Mezkiritz, y después lomas verdes con ovejas y vacas. Bizkarreta (Gerendiain), Lintzoain, más pueblitos de montaña coquetos, silenciosos y rebosantes de flores. Hay sendas de piedra y cemento en algunas bajadas. Al cruzar la carretera en el Alto de Erro se abre un mirador hacia el valle y los picos verdes al fondo. En medio del bosque de hayas, entre helechos y bojes, en caminos adonde nunca da el sol, de vez en cuando es preciso abrir una cerca para continuar. Hay un desnivel de 300 metros hasta Zubiri, donde cruza el río Arga un puente medieval de piedra. Muchos caminantes se detienen en Zubiri, se refrescan en la fuente de la plaza, descansan en los bancos de piedra.


Adelante, más subidas y bajadas, una cantera de magnesitas, con toda su gigante maquinaria gris y sus restos como de después de una batalla a todo lo largo de la carretera. Ascenso por caminos interiores del bosque que ha vuelto como por milagro, Ilarratz, Eskirotz, aldeas limpias encajadas en el monte, y una suave bajada hasta Larrasoaña. Decenas de milanos llenan el cielo despejado, planean lentos. En medio del valle de Esteribar, ya caliente al sol del mediodía, se entra en el pueblo cruzando otro puente medieval de piedra sobre el río Arga, que llaman de los Bandidos, y nos reciben otra vez los balcones colmados de flores de colores. Es un lugar hermoso para quitarse las botas y beberse la primera cerveza fría.

27 kilómetros.

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