Estos días de pleno verano, con un calor tan intenso que
descoloca los horarios y los hábitos más cotidianos, despiertan una sensación
contradictoria sobre la que uno se acomoda y de la que a la vez quiere escapar.
Vivir bajo temperaturas de 42º C (108º F) esquivando los rigores del bochorno y
la dictadura del aire acondicionado, es posible. En la costa californiana,
donde jamás se llega ni de lejos a esas temperaturas, he visto encender el aire
acondicionado hasta en diciembre y enero, respondiendo a esa obsesión insana,
tan americana, por sobreadaptar el clima por encima del nivel de confort. Aquí
en La Mancha, siempre que uno no tenga que trabajar al aire durante el día, el
calor se puede sortear de maneras más sanas. A pesar de nuestro afán continuo
de destrucción del patrimonio y la admiración por los modelos arquitectónicos
foráneos, en nuestros pequeños pueblos es aún fácil recurrir al frescor de un
patio o un ancho sótano, a la brisa de un portal umbroso, al verdor y el agua
junto a una casa de campo.
Estos días
empezó el Tour de Francia, y el bochorno de la siesta refuerza la sensación de
lejanía en el tiempo. Miro los acantilados y playas de la Normandía, los
paisajes de maíces y de trigos aún verdes cuyas carreteras atraviesa tan rápido
el pelotón de ciclistas, y lo asocio sin querer con el otro verdor más oscuro,
el de lejanos melonares de otros julios desde los que escuchábamos por la radio
el final de etapa. El calor trae el silencio de los otros durante la siesta,
que también entonces aprovechaba para sentarme en cualquier rincón fresco a
leer sin ser molestado. El aire lento y calentujo de la siesta no se extingue
hasta que se va la luz, más allá de las diez de la noche. Alguna tarde se
forman grandes polvaredas, calima que entorpece mirar hacia la sierra, o una
quietud densa sobre la que se oye el canto monótono de la chicharra, y supongo
que todo esto no es más que el territorio de la infancia llamándolo a uno.
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Desde hace 38
años, se celebra durante el mes de julio el Festival Internacional de Teatro
Clásico. El escenario más pintoresco es el Corral de Comedias, en la misma
plaza, pero la realidad es que cada noche hay varias actuaciones al mismo
tiempo, en distintos escenarios, antiguos y modernos. Entre las decenas de
actuaciones del más alto nivel, el plato fuerte son las dos obras representadas
por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El Hospital de San Juan es el
espacio escénico más amplio, con 700 localidades, que siempre están llenas.
Este año, la CNTC ha rescatado un texto de Calderón de la Barca, Enrique VIII o la cisma de Inglaterra,
sobre el repudio del rey inglés a Catalina de Aragón para poder casarse con Ana
Bolena, en la versión sesgada de nuestro católico dramaturgo. Actores como
Sergio-Peris Mencheta, Joaquín Notario o Pepa Pedroche engrandecen una
producción bien montada y desarrollada.
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