sábado, 3 de octubre de 2015

De vinos por el Valle de Napa

La serie norteamericana Falcon Crest se emitió durante nueve temporadas, a lo largo de toda la década de los 80. En España todo el mundo la siguió, todo el mundo recuerda a sus personajes, sus tramas, sus lujos, sus mansiones. Más de doscientos episodios en los que no sólo se dieron a conocer al mundo las intrigas de la familia Gioberti, los tejemanejes de la malvada Angela Channing para controlar las propiedades familiares, sino también los viñedos californianos.


         Existen viñas en California desde que los frailes españoles empezaron a plantarlas en cada misión, con el fin de tener vino para sacramentar. Y ya a mediados del siglo XIX empezó a producirse vino de forma comercial, aunque en los años 20 la mayoría de las bodegas y viñedos fueron abandonados por culpa de la Ley Seca.

         A finales de los 70 los vinos californianos, especialmente los de la Costa Norte, empezaron a ser reconocidos en el mercado internacional, y no en vano el ficticio Valle de Tuscany de Falcon Crest es en realidad un trasunto del Valle de Napa, a una hora al norte de la ciudad de San Francisco, donde efectivamente se rodó la serie. Aunque también se produce vino en la Costa Central, en el Valle Central, y algo en la Costa Sur, las bodegas del norte de California son las que hoy gozan de fama mundial.

        Un día de finales de septiembre salimos de San Francisco rumbo al norte, cruzamos por uno de los puentes al otro lado de la Bahía, y nos adentramos en el Valle de Napa. Entre dos cordilleras suaves, el valle se extiende desde la ciudad de Napa otros casi cincuenta kilómetros hacia el norte. Como todo está muy bien dispuesto para el turismo desde hace décadas, se puede hacer un recorrido de ida por la Route 29 y el de vuelta por el Silverado Trail, o viceversa, las dos carreteras que recorren el valle al pie de cada cordillera. El Valle de Napa recibe cada año cinco millones de visitantes, por lo que tanto las grandes bodegas, como Robert Mondavi, Berdinger o Charles Krug, como las más pequeñas, disponen de instalaciones y recursos para ofrecer al visitante lo que el visitante viene buscando.

         A pesar de estar más al norte de San Francisco, en este valle, como en el valle de Sonoma que se extiende al oeste, paralelo al de Napa, la temperatura es más cálida, por estar protegidos de las corrientes oceánicas por las montañas. Atravesamos Napa, Oakville, Rutherford, las grandes bodegas y los carteles de Wine tasting en cientos de establecimientos a lo largo de la ruta. Hace mucho calor cuando nos bajamos en St. Helena. Hay dos muchachas en bikini junto a la carretera que atraviesa el pueblo, como reclamo de una empresa lavacoches. En una explanada hay aparcadas decenas de motos Harley-Davidson, y sobre un escenario algunos moteros están tocando rock en directo. St. Helena es un pueblo elegante y limpio a lo largo de la carretera, con restaurantes y galerías de arte y tiendas de vinos muy exquisitas. En una encontramos un grupo de botellas que se venden a 1700 dólares la unidad.

         Hay una pequeña librería con buenos libros de segunda mano. En la biblioteca de mi amigo encontré estos días un libro muy raro, y póstumo, de John Steinbeck, que casi nadie conoce, Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, que es el primero que leí de él. Como John Steinbeck nació aquí al lado, me había echado al coche un par de libros suyos más conocidos, y como me parecen demasiadas casualidades, no puedo dejar de comprar otra rareza que se me pone por delante: Travels with Charley: in Search of America, una crónica del viaje alrededor de los Estados Unidos que el premio Nobel hizo en coche junto a su perro.

         Buscamos bodegas pequeñas, modestas, y paramos en Envy Wines, ya muy cerca de Calistoga, al final del valle. Al final de cada liño de parras hay rosales con rosas florecidas. El sauvignon blanc es afrutado y muy fresco, y es de lo poco que la bodega produce con sus propias uvas. En cambio los rosados son mediocres, y entre los tintos hay un cabernet sauvignon aceptable.

         Muy cerca está Tamber Bey Wineries, que además de una bodega es una hacienda con caballos cuyas cercas rodean el edificio principal. Nos sirve los vinos el propietario, un chardonnay, un cabernet sauvignon, y una mezcla de tintos que el consejo regulador le ha permitido llamar Rabicano, que en realidad es un tipo de caballo. Es un hombre grande, vestido con tejanos y chaleco, y sobre el rostro ancho y rubicundo lleva un gran sombrero blanco de vaquero, sudado alrededor de la frente. Nos cuenta que la hacienda era de su familia, pero que él de joven se dedicó a la banca, a hacer dinero y a hacer cosas que no le gustaban, y que ahora, en su finca todo el día con los caballos y el vino, hace por fin lo que le gusta. Cuando sabe que somos profesores, no permite que paguemos la degustación.

         De vuelta por el Silverado Trail el sol empieza a caer. La carretera está algo elevada, a mano derecha se extienden las hileras de viñedos de hojas aún verdes, doradas de sol, entre encinas y olivos y con el fondo azulado de las montañas. Llegamos a tiempo a la hacienda Mumm Napa, un complejo de jardines, terrazas abiertas y salones acristalados con vistas a sus propios viñedos y al oeste. Hacen vinos espumosos, servidos en copas altas con las que brindamos para acabar la tarde, contemplando las viñas y las montañas por las que se esconde el sol.


         Medimos la hora y al subir por las colinas de Berkeley, más arriba de la universidad, llegamos a tiempo para ver la luna roja. Hay un eclipse lunar y un raro fenómeno por el que la luna se verá muy grande y roja. Aquí no es grande, pero sí es roja, completamente roja, y avanza muy rápido entre los huecos que dejan las ramas de los pinos. Hay coches parados a un lado de la carretera que atraviesa el bosque, entre los grupos de gente hay algunos con mantas, otros con un picnic, muchos con cámaras fotográficas. La luz de los coches que bajan por las curvas de la carretera rompe de vez en cuando la oscuridad casi absoluta desde la que contemplamos la luna roja. El color no es un rojo intenso, pero es un rojo vivo, como si la hubieran bañado de vino tinto. 

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