jueves, 8 de octubre de 2015

Stanford University, Palo Alto, Silicon Valley on the road

Al sur de la Bahía de San Francisco, en el condado de Santa Clara, está la ciudad de Palo Alto. Los españoles pusieron ese nombre al lugar porque ahí se levantaba una secuoya que servía de referencia a los galeones que venían de Filipinas o de la China. Desde el interior de la Bahía podían divisar ese “palo alto” que les indicaba el lugar preciso donde hacer escala.

         Entro a la ciudad tras cruzar un puente sobre las marismas, y hoy es una ciudad muy arbolada, espaciosa y limpia, bajo un cielo blanco que puede abrirse en cualquier momento. Atravieso la calle principal y voy a dar con un larguísimo y bello paseo de palmeras que conduce a la Universidad Stanford. Al final de la avenida, flanqueada de palmeras y pinos, se ve cada vez más nítida la fachada de la iglesia, alrededor de la que se extiende el campus, como una gran finca agrícola que gravitara sobre una casa señorial.

Hay que atravesar un enorme prado de césped antes de llegar a los edificios centrales, los que rodean la iglesia, y un coqueto jardín circular de rosas blancas y buganvillas. Y después se camina bajo unas galerías de arcos y columnas como de monasterio medieval, pero con la piedra muy limpia y perfecta, y se atraviesa una plaza donde están seis estatuas de Rodin, una de las copias que hizo el escultor francés de Los burgueses de Calais, y se atraviesan otros arcos para desembocar en otra plaza ancha, al final de la cual se levanta la iglesia, rodeada de más galerías de piedra y palmeras altas y pinos.

En la fachada hay un enorme mosaico alegre en el que Jesucristo predica entre más palmeras con los brazos en alto, bajo un cielo amarillo y gentes que se le acercan vestidas con túnicas de todos los colores. En el interior de la iglesia uno tiene una rara sensación: raro es encontrar por aquí un templo de hechura tan europea, con mezcla aparente de estilos, pero más raro es que cada pieza sea tan nueva, tan impoluta, desde las piedras de las columnas a los tirantes de madera de las bóvedas. Incluso las imágenes en pintura y mosaico que llenan las paredes, o la luz que atraviesa los vitrales, son tan nuevos y perfectos que, para una mirada europea, levantan sin querer la sospecha de lo falso.

La Universidad Stanford es el paraíso de las bicicletas. Por las anchas calles perfetamente llanas, entre edificios de piedra clara y lejana imitación renacentista, entre el verdor limpio de los árboles altos, circulan en orden y con señorío cientos de bicicletas en todas direcciones. Los peatones y las bicicletas fluyen con envidiable armonía por las calles, hay breves rotondas para bicicletas, hay miles de bicicletas aparcadas frente a las bibliotecas, frente a las arcadas de los edificios.

Dejándome llevar por la referencia visual de la torre Hoover, que se alza casi noventa metros entre la limpieza arquitectónica del entorno, voy a dar a una explanada central invadida por una feria profesional. Hay cientos de puestos, con techos de lona y mesitas con folletos y obsequios, modestos, donde jóvenes se ofrecen para informar sobre oportunidades laborales en todas las empresas tecnológicas, de ingeniería o de turismo o de salud. Me llega el humo suculento de las barbacoas que se están preparando junto a los tenderetes de la feria, cuando empieza a llover suavemente.

Al otro lado del prado que presenta a la universidad, continúan las facultades, y en un rincón inesperado está el Cantor Arts Center, un museo con pinturas y esculturas de todos los continentes, en el que las pancartas anuncian la reciente adquisición de un cuadro de Edward Hopper. Con todo, el principal atractivo del museo es la amplia exposición de esculturas de Auguste Rodin. Tiene incluso una muestra al aire libre, en los jardines delanteros, entre los pinos centenarios. Como el cielo está blanco y amenazante, y de vez en cuando llegan a caer gotas, alguien ha cubierto algunas de las esculturas negras con viejos mantones azules, creando un efecto que no sé si es cómico o dramático.

Aquí está una de las copias que Rodin hizo del grupo escultórico Las puertas del infierno. La luz blanca es muy fuerte y crea un efecto de irrealidad sobre las figuras fantasmagóricas que puebla el conjunto. Sobresale del conjunto, por encima de los monstruosos cuerpos que pugnan con los fuegos del infierno, sobre el dintel de las puertas, la figura enigmática y dubitativa de un pensador sentado, que apoya el codo sobre la pierna y el puño sobre la barbilla.

De entre los profesores de la Universidad Stanford, que es privada y es de las más elitistas y caras del mundo, y funciona desde 1890 en este idílico entorno de la Bahía, han salido 27 premios Nobel. Hay 60 premios Nobel de distintas disciplinas que han estudiado o enseñado en la Universidad. Sobre todo químicos, pero también muchos economistas, como Milton Friedman o Joseph Stiglitz. También estudió en esta Universidad el presidente Herbert Hoover, que gobernaba el país cuando el crack de la Bolsa de 1929 y los primeros años de la Gran Depresión.

La Gran Depresión, el gran tema literario de otro premio Nobel, John Steinbeck, que estudió aquí durante unos años sin llegar nunca a graduarse. Como tampoco se graduó nunca Steve Jobs, que no pudo permitirse pagar esta universidad, pero tampoco aquella en que empezó a estudiar, en Oregón. El creador de Apple y Pixar dio en junio de 2005 un emotivo discurso en la Universidad Stanford, en la ceremonia de graduación, dirigiéndose a cientos de estudiantes que con sus birretes en la cabeza lo escuchaban desde el prado que ahora recorro de vuelta, de un verde intenso bajo el sol que cae de nuevo y con fuerza. El discurso de Steve Jobs aquella mañana también soleada es una de las joyas de la oratoria, quince minutos de inspiración para quienes vayan a salir a la vida, a enfrentar sus dificultades y sus maravillosas oportunidades. Stay hungry, stay foolish, fueron las palabras con las que acabó Jobs su discurso.





Aquí mismo murió y está enterrado Steve Jobs, en Palo Alto, porque la ciudad y sus alrededores son el corazón tecnológico del mundo actual. Sigo la autopista 101 hacia el sur, que sigue la antigua ruta española, El Camino Real, y atravesando San José y Mountain View digo adiós a la Bahía. Dejo a un lado Los Gatos, Silicon Valley Road, donde tienen sus sedes los gigantes tecnológicos que hoy esparcen sus aparatos y su control por el mundo: Hewlett-Packard, Apple, Cisco, Google, Facebook, Yahoo, Ebay, Adobe, PayPal, Twitter, y cientos más.

         Pongo rumbo más al sur, buscando un horizonte agrícola en otro valle, el de Salinas, que es también literario porque ésa es la tierra de Steinbeck. Antes del atardecer habré llegado a la ciudad que vivió intensamente y describió en algunas de sus obras: Monterey. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario