Al sur de la Bahía de San Francisco, en el condado de Santa
Clara, está la ciudad de Palo Alto. Los españoles pusieron ese nombre al lugar
porque ahí se levantaba una secuoya que servía de referencia a los galeones que
venían de Filipinas o de la China. Desde el interior de la Bahía podían divisar
ese “palo alto” que les indicaba el lugar preciso donde hacer escala.


En la fachada hay un enorme
mosaico alegre en el que Jesucristo predica entre más palmeras con los brazos
en alto, bajo un cielo amarillo y gentes que se le acercan vestidas con túnicas
de todos los colores. En el interior de la iglesia uno tiene una rara
sensación: raro es encontrar por aquí un templo de hechura tan europea, con
mezcla aparente de estilos, pero más raro es que cada pieza sea tan nueva, tan
impoluta, desde las piedras de las columnas a los tirantes de madera de las
bóvedas. Incluso las imágenes en pintura y mosaico que llenan las paredes, o la
luz que atraviesa los vitrales, son tan nuevos y perfectos que, para una mirada
europea, levantan sin querer la sospecha de lo falso.
La Universidad Stanford es el
paraíso de las bicicletas. Por las anchas calles perfetamente llanas, entre
edificios de piedra clara y lejana imitación renacentista, entre el verdor
limpio de los árboles altos, circulan en orden y con señorío cientos de
bicicletas en todas direcciones. Los peatones y las bicicletas fluyen con
envidiable armonía por las calles, hay breves rotondas para bicicletas, hay miles
de bicicletas aparcadas frente a las bibliotecas, frente a las arcadas de los
edificios.

Al otro lado del prado que
presenta a la universidad, continúan las facultades, y en un rincón inesperado
está el Cantor Arts Center, un museo con pinturas y esculturas de todos los
continentes, en el que las pancartas anuncian la reciente adquisición de un
cuadro de Edward Hopper. Con todo, el principal atractivo del museo es la
amplia exposición de esculturas de Auguste Rodin. Tiene incluso una muestra al
aire libre, en los jardines delanteros, entre los pinos centenarios. Como el
cielo está blanco y amenazante, y de vez en cuando llegan a caer gotas, alguien
ha cubierto algunas de las esculturas negras con viejos mantones azules,
creando un efecto que no sé si es cómico o dramático.
De entre los profesores de la
Universidad Stanford, que es privada y es de las más elitistas y caras del
mundo, y funciona desde 1890 en este idílico entorno de la Bahía, han salido 27
premios Nobel. Hay 60 premios Nobel de distintas disciplinas que han estudiado
o enseñado en la Universidad. Sobre todo químicos, pero también muchos
economistas, como Milton Friedman o Joseph Stiglitz. También estudió en esta
Universidad el presidente Herbert Hoover, que gobernaba el país cuando el crack
de la Bolsa de 1929 y los primeros años de la Gran Depresión.
La Gran Depresión, el gran tema
literario de otro premio Nobel, John Steinbeck, que estudió aquí durante unos
años sin llegar nunca a graduarse. Como tampoco se graduó nunca Steve Jobs, que
no pudo permitirse pagar esta universidad, pero tampoco aquella en que empezó a
estudiar, en Oregón. El creador de Apple y Pixar dio en junio de 2005 un
emotivo discurso en la Universidad Stanford, en la ceremonia de graduación,
dirigiéndose a cientos de estudiantes que con sus birretes en la cabeza lo escuchaban desde el prado que ahora
recorro de vuelta, de un verde intenso bajo el sol que cae de nuevo y con
fuerza. El discurso de Steve Jobs aquella mañana también soleada es una de las
joyas de la oratoria, quince minutos de inspiración para quienes vayan a salir
a la vida, a enfrentar sus dificultades y sus maravillosas oportunidades. Stay hungry, stay foolish, fueron las palabras con las que acabó Jobs su discurso.
Aquí mismo murió y está enterrado
Steve Jobs, en Palo Alto, porque la ciudad y sus alrededores son el corazón
tecnológico del mundo actual. Sigo la autopista 101 hacia el sur, que sigue la antigua ruta española, El Camino Real, y atravesando
San José y Mountain View digo adiós a la Bahía. Dejo a un lado Los Gatos, Silicon Valley Road,
donde tienen sus sedes los gigantes tecnológicos que hoy esparcen sus aparatos
y su control por el mundo: Hewlett-Packard, Apple, Cisco, Google, Facebook,
Yahoo, Ebay, Adobe, PayPal, Twitter, y cientos más.
Pongo rumbo
más al sur, buscando un horizonte agrícola en otro valle, el de Salinas, que es
también literario porque ésa es la tierra de Steinbeck. Antes del atardecer
habré llegado a la ciudad que vivió intensamente y describió en algunas de sus
obras: Monterey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario