jueves, 15 de octubre de 2015

Genocidios de antaño, sociedades de hoy

Genocidio. Asesinatos masivos, codicia, rapiña, violaciones sistemáticas. Esclavitud, destrucción del medio ambiente, aniquilación del patrimonio cultural. Nadie puede negar que tras la llegada de los españoles a América todo esto ocurrió. Y que lo hicieron españoles, y portugueses, e ingleses, y franceses, y holandeses, y europeos de todos los pueblos que saltaron los mares desde el siglo XVI para hacer fortuna a cualquier precio. Y tampoco puede nadie negar que todas esas atrocidades ocurrieron, en mucha mayor escala, y con métodos aún más repulsivos, durante los siglos XIX y XX, a lo largo de todo el continente americano, dentro de países soberanos, o al menos desligados del poder controlador europeo.
         Leo en la revista Time que numerosas ciudades de Estados Unidos se están sumando a la tendencia de sustituir el festivo federal del 12 de octubre, Columbus Day (Día de Colón) por fórmulas similares a ‘Día de los Pueblos Indígenas’. La ciudad de Berkeley fue la primera, en el simbólico año de 1992, y en las últimas fechas lo han hecho Seattle y Portland (Oregón), Minneapolis y St Paul (Minnesota), Olympia (Washington), o Albuquerque (Nuevo México). Y ahora Denver (Colorado), donde curiosamente proclamó ante la multitud la nueva denominación del día festivo, que borraba el nombre inglés de Colón, un concejal llamado Paul López.


Hay estados que oficialmente no reconocen la festividad, como Dakota del Sur, Alaska o Hawaii. Desde 2009 tampoco California, desde que el gobernador Arnold Schwarzenegger eliminó el festivo como una más de las medidas de recortes presupuestarios, aunque muchos condados sí siguen celebrándolo. En realidad, el Congreso de los Estados Unidos estableció este día festivo, en 1968, por la presión de lobbies católicos italianos, y ésa es la razón por la cual en Nueva York es la gran fiesta italiana del año, en cuyo desfile se cita alrededor de un millón de personas, según cuenta estos días LA Times, que, como toda la prensa local, entra también en el debate.


Nada que ver con España, pues. Nada de reivindicar la proeza intercontinental de los españoles de antaño, que con espíritu aventurero y temerario salieron a la mar para abrir el camino al Nuevo Mundo a los ojos de la Vieja Europa. Nada de eso. España es una comparsa, si acaso una nación de brutos que venían en algunos barcos, y que se dedicaban a matar y violar todo el tiempo. Y muy pocos americanos saben que más de la mitad del territorio de los Estados Unidos perteneció en algún momento al Reino de España, o que la primera moneda que circuló por el país fue el dólar español, y llevaba el escudo de Castilla. Y que los españoles se quedaron, por cierto, no sólo en los nombres de numerosas ciudades sino en la propia sangre de muchos de sus habitantes.

España es ese mismo reino que aún ni siquiera existía cuando Colón embarcó, y en el que la población no tenía para repartir más que hambre y miseria, y del que presuntamente salieron los criminales y genocidas que hoy denuesta la corrección política norteamericana. Eduardo Galeano explicó en Las venas abiertas de América Latina algo que tampoco demasiados españoles conocen: al detallar el ciclo de la plata que partía de la explotación de las minas de Potosí, en la actual Bolivia, Galeano advierte muy gráficamente de que "España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche". 


En las bocas de aquella mina de plata murieron unos ocho millones de personas, condenadas por la codicia de los capataces españoles y criollos. Pero en España, la explotación de aquellos territorios significaba paradójicamente su ruina: "Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas, los tesoros de América. La Corona estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi todos los cargamentos de plata a los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles", explica Galeano. Igual ocurrió con otras minas, en Huancavelica, en Guanajuato, en Zacatecas. España fue un imperio de barro que, por culpa de los delirios de sus gobernantes, esquilmó un continente y se desangró en guerras europeas y se envileció y empobreció por siglos. Y todos, en cierto modo, somos víctimas de aquellos episodios. La Historia hay que verla con perspectiva.

Y hay que recordar que también eran españoles, herederos de Colón y su loca empresa, tantos hombres buenos que quisieron conocer el valor de otras culturas, que cimentaron una sociedad común y mestiza entre las gentes de ambos lados, arriesgándose casi siempre contra estructuras sólidas de poder. ¿No era español Vasco Núñez de Balboa, que abrió el paso al Pacífico? También era español fray Bernardino de Sahagún, que no sólo aprendió la lengua náhuatl sino que dedicó años a escribir extensos volúmenes en los que recopiló la historia de los pueblos indígenas de México antes de la conquista.

Y fray Bartolomé de las Casas, que además de transcribir el diario de Colón fue el primero en denunciar las atrocidades cometidas contra los indios, contribuyendo a que fueran considerados "humanos". Español de Mallorca era fray Junípero Serra, fundador de las misiones franciscanas que son el origen del actual estado de California. Y el poeta Bernardo de Balbuena, que inició una tradición de lo maravilloso en la literatura que siglos después, de la pluma de autores de tantos lugares diversos y hermanos, transformó para siempre nuestra lengua.


Aquí y allí no faltan los que denigran la figura de Colón, los que están dispuestos a llamar genocidas a los que hemos nacido 500 años después de aquel encuentro entre dos mundos que cambió el devenir de la Historia de la Humanidad. Olvidando por completo que, para bien y para mal, y lejos de purezas identitarias, América y Europa son hoy lo que son por la mutua interacción de siglos. Y negar de dónde venimos es negar lo que somos.

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