Genocidio. Asesinatos masivos, codicia, rapiña, violaciones
sistemáticas. Esclavitud, destrucción del medio ambiente, aniquilación del patrimonio
cultural. Nadie puede negar que tras la llegada de los españoles a América todo
esto ocurrió. Y que lo hicieron españoles, y portugueses, e ingleses, y
franceses, y holandeses, y europeos de todos los pueblos que saltaron los mares
desde el siglo XVI para hacer fortuna a cualquier precio. Y tampoco puede nadie
negar que todas esas atrocidades ocurrieron, en mucha mayor escala, y con métodos aún más
repulsivos, durante los siglos XIX y XX, a lo largo de todo el continente
americano, dentro de países soberanos, o al menos desligados del poder
controlador europeo.
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Hay estados que oficialmente no
reconocen la festividad, como Dakota del Sur, Alaska o Hawaii. Desde 2009
tampoco California, desde que el gobernador Arnold Schwarzenegger eliminó el
festivo como una más de las medidas de recortes presupuestarios, aunque muchos condados sí
siguen celebrándolo. En realidad, el Congreso de los Estados Unidos estableció
este día festivo, en 1968, por la presión de lobbies católicos italianos, y ésa es la razón por la cual en Nueva
York es la gran fiesta italiana del año, en cuyo desfile se cita alrededor de
un millón de personas, según cuenta estos días LA Times, que, como toda la prensa local, entra también en el debate.
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España es ese mismo reino que aún ni
siquiera existía cuando Colón embarcó, y en el que la población no tenía para
repartir más que hambre y miseria, y del que presuntamente salieron los criminales y genocidas que hoy denuesta la corrección política norteamericana. Eduardo Galeano explicó en Las venas abiertas de América Latina algo que tampoco demasiados españoles conocen: al detallar el ciclo de la plata que partía de la explotación de las minas de Potosí, en la actual Bolivia, Galeano advierte muy gráficamente de que "España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche".
En las bocas de aquella mina de plata murieron unos ocho
millones de personas, condenadas por la codicia de los capataces españoles y
criollos. Pero en España, la explotación de aquellos territorios significaba
paradójicamente su ruina: "Los acreedores del reino, en su mayoría
extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de
Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas, los
tesoros de América. La Corona estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi
todos los cargamentos de plata a los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y
españoles", explica Galeano. Igual ocurrió con otras minas, en
Huancavelica, en Guanajuato, en Zacatecas. España fue un imperio de barro que,
por culpa de los delirios de sus gobernantes, esquilmó un continente y se
desangró en guerras europeas y se envileció y empobreció por siglos. Y todos,
en cierto modo, somos víctimas de aquellos episodios. La Historia hay que verla
con perspectiva.
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Aquí y allí no faltan los que denigran la figura de Colón, los que están dispuestos a llamar genocidas a los que hemos nacido 500 años después de aquel encuentro entre dos mundos que cambió el devenir de la Historia de la Humanidad. Olvidando por completo que, para bien y para mal, y lejos de purezas identitarias, América y Europa son hoy lo que son por la mutua interacción de siglos. Y negar de dónde venimos es negar lo que somos.
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