El camino desde Yosemite hasta San Francisco es corto,
apenas dos horas y media por autopista, después de abandonar los bosques.
Pasamos por Merced, Turlock, Modesto, Salida, ciudades agrícolas en la parte
norte del valle central de California. De nuevo el paisaje exuberante de
nogales y almendros, las anchas extensiones de rastrojos, las explotaciones de
melón y tomate en plena cosecha, las viñas vendimiadas cuyas hojas han empezado
a dorarse y a secarse. Hay muchos terrenos de alfalfa, de un verde intenso, hay
cosechadoras dejando los grandes lotes empacados sobre el terreno, hay naves de
ganado junto a las que se almacenan enormes pacas rectangulares y verdes. En Manteca nos detenemos a tomar un café: ha empezado el otoño y hay variedades de temporada: el de calabaza especiada es un descubrimiento.

Ya en la casa,
descorchamos una botella de blanco de Paso Robles y empezamos a escuchar ruidos
amortiguados que llegan desde el jardín. Desde las ventanas vemos maniobrar a
una zarigüeya (tlacuache, en español mexicano), que se afana en comerse un
caqui ya bien colorado que todavía cuelga de una rama. La zarigüeya es un bicho
más grande que una rata, con el morro de un oso hormiguero, que no se asusta y
sigue degustando su dulce libación nocturna. Un rato después aparece la mofeta
(zorrillo, en español mexicano), con una larga raya blanca atravesando su lomo
y su cola negros, pero simplemente ojea y se marcha despacio. Por suerte, no se
sintió amenazada, y tras su aparición no queda ninguna consecuencia fétida. Por
suerte, hoy no apareció el mapache, que es mucho
más grande porque está emparentado con el oso, y a es veces violento sin control, aunque normalmente lo que hace es
treparse al tejado y dormirse sobre alguna claraboya de la buhardilla.


Recorremos de nuevo la
universidad, después de un desayuno largo y bien conversado en el jardín por el
que anoche pululaban las alimañas y hoy sólo juegan las ardillas, que corretean
entre los árboles o los rosales o bustos romanos. Por los senderos nos cruzamos
con rostros de medio mundo, pero especialmente de jóvenes de todos los países
de Asia, desde Corea a la India. Me quedo pensando que probablemente ésta es la
forma en que las sociedades se desarrollarán en el futuro: hoy estamos más interconectados
que nunca, lo de acá llega allá en unos segundos, los idiomas universales nos
abren una ventana al mundo del otro: sólo podremos entendernos a nosotros
mismos, en el futuro que ya está aquí, como seres interculturales, mezclados de todo lo que es humano.


Contemplamos desde un mirador de Presidio uno de los iconos de la ciudad, el Golden Gate Bridge, en un atardecer casi limpio. Una muchacha mira al ocaso, llegan dos hombres que subieron la cuesta en bicicleta, uno de ellos con apariencia hippie y perro incluido. Llega otro muchacho con una guitarra, y se pone a tocar unos ritmos flamencos mientras el sol se pone en el océano Pacífico.