Yosemite es uno de los parques nacionales más emblemáticos de
los Estados Unidos. Está a tiro de piedra de San Francisco, en el centro de
Sierra Nevada, la larguísima cadena montañosa que atraviesa de norte a sur la
parte oriental de California. Yosemite fue el primer espacio catalogado como
Parque Nacional dentro de Estados Unidos, allá en 1890. Más de tres millones de
personas lo visitan cada año, si bien los visitantes apenas recorren una mínima
parte de los más de 3000 kilómetros cuadrados del parque.
Esta pequeña
parte es el valle del río Merced y los gigantescos acantilados de granito que
lo rodean. El espacio que hoy conocemos como el valle de Yosemite se formó hace
un millón de años, cuando los glaciares movieron las enormes masas de piedra y
esculpieron las paredes de granito que, tras el deshielo, quedaron al descubierto.
Es esto lo que vienen a ver los turistas de medio mundo. El parque es un
paraíso para escaladores, pero también para amantes de la naturaleza: hay miles
de especies, hay osos ciervos y halcones peregrinos, hay diferentes tipos de bosques
de robles, pinos o secuoyas, cientos de arroyos, decenas de cascadas y paisajes
memorables. Hay dos osos de por aquí (en su imaginario Jellystone, trasunto de parques como Yellowstone o Yosemite) especialmente famosos entre los españoles, pues muchos, a pesar de la enorme distancia que separa California de nuestro país, crecimos disfrutando de sus aventurillas por estos bosques: el oso Yogui (The Yogi Bear) y Boo-Boo, siempre intentando que no los atrapara el Guardabosques.
Hace un año
llovía sin parar cuando recorrimos con el coche el área visitable. En alguna
tregua pudimos asomarnos a la vista del valle desde Glacier Point, aunque masas
de nubes muy rápidas lo cubrían una y otra vez. Recorrimos con los pies mojados
las playas del río, el corto trayecto hasta la cascada de Bridalveil Creek. Había
estado nevando durante días, pero aquél sólo llovió. Corría y caía agua por
todos lados, cerrando las panorámicas y estorbando las fotos y las zapatillas.
Ahora no
llueve. El principal problema para el normal funcionamiento de California es
que en Sierra Nevada no hay la suficiente nieve, de modo que muchos campos y
ciudades pueden quedar desabastecidos. Salimos a recorrer una parte del parque
bajo un sol de justicia. Desde Mariposa se llega a la entrada oeste del parque,
pasado El Portal, en cuarenta minutos de carretera ascendente con suaves
curvas. Arch Rock Entrance se llama así porque efectivamente los coches
atraviesan un arco triangular formado por rocas.
En Yosemite hay tres núcleos de
secuoyas gigantes. El más grande es Mariposa Grove, en la entrada sur, junto a
Wawona, pero durante muchos meses estará cerrado por tareas de reforestación. De
modo que buscamos otro más al norte, Toulumne Grove. Hay una ruta agradable y
razonablemente larga, con gran desnivel, que va a dar a un bosquecillo de pinos
y secuoyas, entre las cuales hay algunas secuoyas gigantes. No de las dimensiones, y
mucho menos la cantidad, que en Sequoia National Park, pero al fin y al cabo un
grupo de árboles gigantes, de entre 2000 y 3000 años, como emergidos de un
sueño o una fábula infantil. Un grupo numeroso de jubilados polacos, entre los
demás turistas, se enfrentaban a la elemental dificultad de retratar los
árboles: son tan grandes que no caben en el marco de ninguna cámara.
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Ascendemos por un camino ascendente
y muy transitado hasta Vernal Fall, adonde llegamos dos horas después. El salto
de agua tiene más de cien metros, y es uno de los pocos por donde sigue cayendo
agua regularmente. Las ardillas corretean entre los senderistas que se hacen
fotos frente a la cascada, en busca de comida. Con la luz de la media tarde se
forma un velo de arcoíris en la parte baja de la cascada.
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Unos metros más adentro el agua
se estanca en una laguna, Emerald Pool, rodeada de pinos y secuoyas. Algunos
caminantes siguen hacia el interior, hacia las profundidades de Nevada Fall. El
lecho por el que el agua del río corre antes de llegar a la laguna es una
piedra lisa y con un ligero desnivel. Aunque corre muy rápido y se desparrama a
lo ancho de la piedra, es posible caminar sobre ella porque apenas levanta dos
dedos del suelo. Meto los pies descalzos en el agua que corre, para
descansarlos de la caminata y el polvo, y en sólo unos segundos noto un
verdadero dolor en la piel y en los huesos: el agua del río Merced viene gélida
del seno de la sierra.
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