Tiene una resonancia más aventurera, más intrépida, la
expresión en inglés, road trip, que
nuestro aparentemente tedioso viaje por
carretera. Aceptamos términos anglosajones que son traducciones de nuestras
rudas palabras castellanas como si en la traducción estuviera ya incluido el
componente de aventura, de episodio inolvidable, de descubrimiento.
Es cierto que
las dimensiones de la geografía norteamericana se prestan a esa nota
aventurera, y la literatura y el cine de este país han hecho mucho por
inocularnos ese deseo de conocer el ancho mundo y de conocernos a nosotros
mismos a través de un gran road trip.
Y sin embargo
el viaje comienza con los gestos más cotidianos: cerrar el maletero, ajustar el
GPS en el parabrisas, encajar el café en el posavasos, poner los discos y el
teléfono a mano, parar ante el semáforo, encarar la autopista 5. La autopista 5
recorre toda la costa norteamericana, desde San Diego hasta Canadá, y sigue en
gran parte el trazado primitivo de El Camino Real, que diseñaron los frailes
españoles. Uno podría estar semanas conduciendo sin parar, sin que se acabara
la misma carretera.
El primer día
de otoño hace en el sur de California un calor sofocante. Por carreteras de
cuatro, seis, ocho carriles por cada sentido, salgo de San Diego, y por el
clima, el paisaje y la nomenclatura es difícil creer que uno no se encuentra en
la meseta castellana o la costa mediterránea: La Jolla, Del Mar, Solana,
Encinitas, Las Pulgas, San Onofre, San Juan Capistrano, San Clemente, Santa
Ana. Todos son nombres que me devuelven a nuestra geografía, a episodios
improbables de marineros barbudos, curtidos en todos los mares, que fueron
poniendo nombre a las cosas como si el mundo se inaugurara con sus pisadas por
estos cerros.
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Es una pesadez
atravesar Los Ángeles, uno no sabe el tiempo que transcurre desde que las
autovías empiezan a entrecruzarse, barrios y barrios, infinitas señales
verticales de centros comerciales, coches y camiones que parecen estar huyendo
de una invasión o de un ataque alienígena, en estampida desordenada hacia todas
las direcciones, como hormigas sobre las que acaba de pasar un pie destructor.
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Hay carteles a todo lo largo de
la autovía que hacen visible el principal problema que sufre California estos
días: la sequía. Food grows where water
flows. Crece la comida donde corre el agua. No Water: No Jobs. Sin agua no hay trabajo. Aunque la forma de
obtener el agua para el riego sea distinta, las reivindicaciones de los agricultores
californianos son las mismas que las de España: un cartel que se repite cada
pocas millas pone sobre la imagen de un niño la pregunta: “¿es alimentarse
desperdiciar agua?”. Otros piden agua antes que trenes. Otro cartel, más
desesperado o más contundente, dice en grandes mayúsculas: Pray for rain, Reza por la lluvia.
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