jueves, 24 de septiembre de 2015

'Road trip' hacia el norte de California

Tiene una resonancia más aventurera, más intrépida, la expresión en inglés, road trip, que nuestro aparentemente tedioso viaje por carretera. Aceptamos términos anglosajones que son traducciones de nuestras rudas palabras castellanas como si en la traducción estuviera ya incluido el componente de aventura, de episodio inolvidable, de descubrimiento.

         Es cierto que las dimensiones de la geografía norteamericana se prestan a esa nota aventurera, y la literatura y el cine de este país han hecho mucho por inocularnos ese deseo de conocer el ancho mundo y de conocernos a nosotros mismos a través de un gran road trip.

         Y sin embargo el viaje comienza con los gestos más cotidianos: cerrar el maletero, ajustar el GPS en el parabrisas, encajar el café en el posavasos, poner los discos y el teléfono a mano, parar ante el semáforo, encarar la autopista 5. La autopista 5 recorre toda la costa norteamericana, desde San Diego hasta Canadá, y sigue en gran parte el trazado primitivo de El Camino Real, que diseñaron los frailes españoles. Uno podría estar semanas conduciendo sin parar, sin que se acabara la misma carretera.


        El primer día de otoño hace en el sur de California un calor sofocante. Por carreteras de cuatro, seis, ocho carriles por cada sentido, salgo de San Diego, y por el clima, el paisaje y la nomenclatura es difícil creer que uno no se encuentra en la meseta castellana o la costa mediterránea: La Jolla, Del Mar, Solana, Encinitas, Las Pulgas, San Onofre, San Juan Capistrano, San Clemente, Santa Ana. Todos son nombres que me devuelven a nuestra geografía, a episodios improbables de marineros barbudos, curtidos en todos los mares, que fueron poniendo nombre a las cosas como si el mundo se inaugurara con sus pisadas por estos cerros.

         El océano Pacífico aparece y desaparece a mano izquierda. A la altura de San Onofre, donde hay una central nuclear entre la carretera y el mar, encuentro de repente un nombre que me trae una referencia más próxima: Basilone Road. Es la carretera con la que se recuerda al marine John Basilone, héroe de la segunda guerra mundial por sus acciones en la batalla de Guadalcanal, que renunció a su fama y privilegios para volver a primera línea de combate, y fue muerto en la batalla de Iwo Jima. La vida de este hijo de emigrantes napolitanos, que recibió las más altas condecoraciones del ejército norteamericano, es una de las historias que relata una de las mejores series que se han hecho jamás sobre la segunda guerra mundial: The Pacific.

         Es una pesadez atravesar Los Ángeles, uno no sabe el tiempo que transcurre desde que las autovías empiezan a entrecruzarse, barrios y barrios, infinitas señales verticales de centros comerciales, coches y camiones que parecen estar huyendo de una invasión o de un ataque alienígena, en estampida desordenada hacia todas las direcciones, como hormigas sobre las que acaba de pasar un pie destructor.

         Al otro lado de Los Ángeles hay cerros secos, algún pantano muy vacío, cañones hondos sobre los que cuelgan los puentes de la autopista, que ya se ha hecho de dos carriles. Al torcer una curva, aparece de repente, vista desde arriba, la gran llanura central, la rica zona agrícola que rodea Bakersfield. Viñedos recién vendimiados, maizales y almendros colorean el paisaje entre rastrojos enormes. Los almendros, los olivos, los nogales, son de dimensiones tan grandes que sus copas llegan a juntarse y se cierran como en un bosque ordenado.

Hay carteles a todo lo largo de la autovía que hacen visible el principal problema que sufre California estos días: la sequía. Food grows where water flows. Crece la comida donde corre el agua. No Water: No Jobs. Sin agua no hay trabajo. Aunque la forma de obtener el agua para el riego sea distinta, las reivindicaciones de los agricultores californianos son las mismas que las de España: un cartel que se repite cada pocas millas pone sobre la imagen de un niño la pregunta: “¿es alimentarse desperdiciar agua?”. Otros piden agua antes que trenes. Otro cartel, más desesperado o más contundente, dice en grandes mayúsculas: Pray for rain, Reza por la lluvia.

Todo el valle de San Joaquín es una zona llana, con grandes explotaciones agrícolas en las que reposan como en una exposición grupos de tractores, algunos de ellos con seis ruedas. Atravieso Visalia, Fresno y Madera, y me desvío antes de llegar a Merced. Cerca de Madera grandes máquinas están cosechando el maíz, y los camiones y los agricultores hacen cola junto a los almacenes, charlando, esperando que les toque antes de que se ponga el sol.

Entro en el condado de Mariposa y empiezan los secarrales, montes pelados, alguna cafetería destartalada en medio de una carretera con muchas curvas, un pueblecito que pretende ser del viejo Oeste, y finalmente los bosques de pinos y encinas que preludian el Parque Nacional de Yosemite. Mariposa es un pueblo pequeño, coqueto, tranquilo, con muchos turistas. Allí me esperan amigos, después de casi ocho horas en la carretera, y tras una vuelta de reconocimiento pasamos a una cervecería, Prospector, donde nos sirven la cerveza de la casa. Ellos, el reencuentro, la cerveza oscura y la conversación al atardecer, son el premio al final de la carretera. Una parada necesaria en el road trip por el interior de California.

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