En nuestro mundo estacional, septiembre es
siempre el comienzo, el reencuentro con la normalidad, la vuelta a los horarios
establecidos, a los quehaceres obligatorios, a la programación habitual en la
tele o en la radio. Septiembre era la vendimia, los ruidos contundentes de las
bodegas en las noches por fin frescas, el olor dulce del mosto encajado en las
calles del pueblo durante semanas. Septiembre eran las tardes tranquilas, la
recuperación de la normalidad forzada, la sensación de poder disfrutar de las tardes cálidas que, como horas contadas, le robamos todavía al verano.
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También
han restado horas de sueño, que el café insípido americano, aguado y constante,
ha tratado de suplir. Y la misma mañana que cumple un año mi experiencia
americana me despido de ambos y en el último abrazo se va la promesa de nuevas
visitas, que más temprano que tarde espero recibir. Uno ha aprendido que las
despedidas deben ser rápidas, y gracias a la tecnología uno ya no se despide
del todo, sino que emplaza a quienes quiere a la próxima conversación, que quizá
se dilate en esas brumas de cotidianidad que llegan con el mes de septiembre.
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Casi
por casualidad, acabo la noche en un lugar con nombre simbólico, pues en el
barrio de Bonita, la combinación con la palabra que los americanos utilizan
para designar a los centros comerciales resulta hermosa y hasta respeta la
concordancia: Plaza Bonita. El restaurante tiene nombre ligeramente italiano, y
dentro hay una sala con banderas de España y de México, jamones y botas de vino
colgando sobre la barra, y las paredes repletas de carteles taurinos.
El albariño endulza
la familiaridad de la conversación a varias voces, voces de acá y de allá que
hablan sobre todo de lo que nos une. Hay varios quesos de cabra deliciosos, hay
uvas recién vendimiadas, pero es el primer bocado de jamón serrano el que
despierta un repentino e inesperado sentimiento de nostalgia. Aquí también las
noches son ya frescas, la luna empezó a menguar ayer, y hoy empieza la vuelta a
la normalidad que solía traer septiembre.
¡Qué recuerdos!, tanto de allí como de aquí. Sin duda septiembre, el otoño y las reuniones de amigos con una copa de vino, hacen que la vida merezca la pena. Jejeje.
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