Pacific Beach es una de las zonas de San Diego con más
personalidad. Entre las lagunas interiores de Mission Bay y los barrios más
exquisitos de La Jolla está este enclave con vida propia, multicultural y
surfera. Un ambiente sano, una playa ancha y hermosa, monopatines por las
aceras, bicicletas que andan despacio, gente que baja descalza a la playa
cargando la tabla de surf.
En la mañana
del domingo el ambiente está especialmente tranquilo. Por las avenidas Garnet y
Grand bajan pocos coches, en Mission Boulevard hay cierto movimiento de
familias que caminan hacia el paseo marítimo y la playa. Hay jóvenes haciendo
surf a ambos lados del pier, esa
palabra tan difícil de traducir porque no es un embarcadero ni un muelle, sino
una larga pasarela sobre el mar sostenida por postes de madera, donde hay
además casitas azules y blancas y pescadores aficionados.
Muy cerca, el
plan de un pequeño grupo de españoles para la mañana del domingo es atípico:
España juega la final del Europeo de baloncesto contra Lituania, y aquí el
partido empieza a las diez de la mañana. Por suerte, es en domingo: de la
semifinal del jueves, del intensísimo final del partido contra Francia, sólo
pudimos seguir, casi furtivamente, comentarios por Internet y la narración por
la radio. Ahora seguimos la retransmisión del partido a través de una página
seguramente ilegal, y de una pantalla más pequeña de lo deseado, pero hasta
estas lejanías llegan las imágenes nítidas de un partido en el que los nuestros
empiezan con fuerza, y que ganan con bastante holgura.
A las diez de
la mañana, con las camisetas de la selección española de fútbol y frente a la
pantalla, sentimos más ganas de batido o leche con cacao que de cervezas. Habla
el rey, anota Sergio Llull al principio, se sale Rudy Fernández, que después
cae lesionado, tapona Gasol, anota y vuelve a anotar, lucha Felipe Reyes, tira
de tres Milotić, entra hacia la canasta Sergio Rodríguez como una exhalación.
Después del partidazo, los jugadores se abrazan, suena el himno, incluso se
mezcla entre ellos el rey de España con una bufanda con los colores de la
bandera colgada al hombro.
Sigue la
mañana deportiva con el final del partido de fútbol americano donde los San
Diego Chargers pierden contra Cincinnati, y el Barcelona gana fácil al Levante.
La selección de baloncesto ha ganado su tercer Eurobasket de los últimos
cuatro, y gran parte del mérito es del alma del equipo, de su líder
indiscutible, Pau Gasol, el primero de los nuestros que descolló en la NBA.
Es un catalán enorme, en tamaño y en talento y en tesón, que ha mantenido durante
años aquí en América el nombre y la imagen de una España moderna y competitiva.
Cuánto bien hace gente así a la idea que en el extranjero tienen de nosotros.
Como hace más
calor que en todo el verano, tomar un brunch
en una terraza ajardinada, bajo la sombra de un árbol de copa ancha, es una
buena opción. En una esquina de la calle Felspar hay un lugar magnífico: el Café 976.
Hace una ligera brisa que agita las palmeras de la avenida, las flores de
colores, y arranca algún piñón de las ramas del árbol, que cae con estruendo sobre los bancos de madera.
Aparte de los opíparos platos, en el 976 hacen los mejores cafés helados de
Pacific Beach.
Lo demás es
una tarde larga de piscina, con cielo luminoso y limpio, con fondo de palmeras
muy altas, colibríes aleteando entre las flores, con pocos ruidos aunque haya
niños entre las hamacas, entre los adultos que leen bajo el sol, pues ni en las
piscinas ni en las playas americanas hay gritos ni juegos estridentes en el
agua. Pocas cosas puede haber más agradables para una tarde de domingo
californiana que una buena y tranquila conversación entre españoles que
vinieron por diferentes motivos y que tampoco saben dónde acabarán. No somos el
prototipo del joven que se ve obligado estos días a exiliarse, pero es que
tampoco existe un tipo de emigrante. A pesar de los distintos orígenes, a pesar
de los azares que nos trajeron a cada uno a esta tarde de domingo junto al
Pacífico, en el fondo tenemos tanto en común, empezando por la esperanza de
encontrarnos a la vuelta un país menos destartalado y más sensato.
Al atardecer
hay mucho movimiento en la playa de Pacific Beach. Mucha gente va y viene por
el pier, muchos surferos aprovechan
la última luz para subir a la ola. El agua llega tranquila a nuestros pies, los
rosas del atardecer le dan una impresión sedosa. Media luna se refleja a
nuestra izquierda según caminamos, sobre la arena mojada, como un perrito
nervioso que nos siguiera. Hay mucha gente tomando fotos al último resplandor
del domingo. El nombre que escogieron para Pacific Beach, como diría Cervantes,
es sonoro y significativo.
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