Me doy cuenta de que el gran negocio en Centroamérica es el transporte por carretera. Mientras el turismo despega, mientras se construyen más aeropuertos, mientras no todo el mundo pueda acceder a tener un coche, éste es el negocio. En cada hotel de cualquier ciudad ofrecen servicios de shuttle a infinitos destinos de cualquier país cercano. Algunos son trayectos de un par de horas, otros de diez o doce, pero el sistema es el mismo. Y casi siempre estos autobuses y miniautobuses resultan más baratos, y por supuesto más fiables, que el transporte regular.
Después de visitar la otra parte de las Ruinas de Copán y de tomarnos una cerveza local, Salvavida, en un kiosco de madera a las afueras del pueblo, me preparo para mi siguiente aventura. En el camino nos cruzamos con una mujer que va con dos críos al lado y otro colgado, dándole de mamar mientras camina. Hombres a caballo dan vueltas por las calles empredradas del pueblo. Es domingo por la mañana, y la pequeña iglesia está llena: el intenso olor a incienso no consigue ocultar el del sudor de los fieles.
El colectivo parte con un solo pasajero. El conductor es un guatemalteco delgado con bigotillo y ojos azules, con ligeros rasgos de albino. Lleva cinco años haciendo a diario dos veces el trayecto entre Antigua y Copán: "Si no hay tráfico unas cinco horas, con tráfico de siete a ocho". Once días seguidos, tres de descanso. Llegamos a la frontera en veinte minutos.
Que los países de Centroamérica estén separados por fronteras y utilicen monedas distintas es tan ridículo como improductivo. Hay decenas de camiones echados a un lado de la carretera. Los conductores han de bajarse y visitar a pie dos controles de inmigración, antes de continuar viaje. "Los días de diario es peor: la cola llega mucho más lejos". Yo también me tengo que bajar del colectivo. En la oficina de inmigración de Honduras un muchacho me toma las huellas y me pregunta dónde voy y, sin más, me pone el sello de salida. Camino cien metros hasta la otra caseta. Tras la ventanilla la señora encargada está comparando collares de plata de una cajita, mientras el vendedor le cuenta las bondades del producto. Cuando elige y paga, se vuelve hacia mí: "¿Para Guate?".
Otro funcionario saluda amistosamente a mi conductor. "¿Cuántos llevas hoy?". "Veintiuno", dice. "Veintiúnico", se ríe el otro, antes de estrecharle la mano y desearnos buen viaje. Veinte minutos después, adelantando a un tuk-tuk, cruzamos el cartel: Bienvenidos a Guatemala. Y en este país todo es igual, o parecido. La carretera está en un estado mejorable, nos cruzamos con muchos coches con maletero abierto cargados de gente, hay muchas motos circulando, con dos o tres personas cada una, y ninguna lleva casco.
A lo largo de la carretera hay pueblecitos, puestos de tacos, de bebidas, "pinchazos", que es como se llaman los talleres. El cartel que más se repite es el de "Jugo frío, uva fría". Del mismo modo que estaciones de metro de Madrid están patrocinadas por compañías telefónicas británicas, los letreros de algunos pueblos están patrocinados por una compañía telefónica española. Paramos para comer en un restaurante abierto al campo, junto a una gasolinera. Me sirven una carne muy sabrosa y limonada. Noto que he cambiado de país no sólo porque tengo que pagar en otra moneda, sino porque la noticia más importante del periódico no es un recuento de asesinatos sino que está subiendo la temperatura media en Guatemala.
Hasta la Ciudad de Guatemala pasan varias horas de interminable subida, en una carretera estrecha y llena de curvas. Hay retenciones cuando va delante un camión. Siempre en subida, empezamos a ver barrios de chabolas colgados de algunas montañas. Son barrios encajados entre el verdor del monte, con casas de colores sin ventanas, muy cerca de precipicios de miedo sobre ríos descomunales.
Antes de entrar a la ciudad llegamos a un tramo de autopista. Es una autopista de cuatro carriles, aunque hay coches que hacen el cambio de sentido saltándose la mediana. Los tuk-tuks paran también en las medianas para recoger gente, que aprovecha para cruzar corriendo cuando vienen menos coches. Un tramo de autopista está cortado porque un derrumbe ha cubierto de tierra dos carriles. Pasamos de largo por la ciudad. Hay atascos en el sentido contrario, de gente que viene de pasar el fin de semana en Antigua. Ha caído un chaparrón en Antigua y la ciudad está como recién lavada, todavía hay algunos charcos entre las piedras de las calles. En el parque central hay bullicio de turistas y locales. Ésta es la joya de Guatemala, una de las joyas de Centroamérica. Veremos si es tan encantadora como la pintan.
Antes de entrar a la ciudad llegamos a un tramo de autopista. Es una autopista de cuatro carriles, aunque hay coches que hacen el cambio de sentido saltándose la mediana. Los tuk-tuks paran también en las medianas para recoger gente, que aprovecha para cruzar corriendo cuando vienen menos coches. Un tramo de autopista está cortado porque un derrumbe ha cubierto de tierra dos carriles. Pasamos de largo por la ciudad. Hay atascos en el sentido contrario, de gente que viene de pasar el fin de semana en Antigua. Ha caído un chaparrón en Antigua y la ciudad está como recién lavada, todavía hay algunos charcos entre las piedras de las calles. En el parque central hay bullicio de turistas y locales. Ésta es la joya de Guatemala, una de las joyas de Centroamérica. Veremos si es tan encantadora como la pintan.
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