lunes, 30 de mayo de 2016

En las selvas de Chiapas: ruinas de Palenque

Muy de mañana, todavía de noche y con frío, salimos en un colectivo hacia Palenque. La carretera al norte de San Cristóbal de Las Casas discurre entre curvas pronunciadas hasta la selva, atravesando pueblos pequeños con señales y pintadas religiosas y zapatistas. Desayunamos en Ocosingo, que ya está en plena selva chiapoteca. Tras las curvas de la estrecha carretera de montaña aparecen de repente ovejas impasibles, e incluso niños churretosos, que se quedan embelesados en medio de la calzada. Algunos fieles van entrando a iglesias blancas y precarias con lemas apocalípticos. Una banda de música ensaya bajo la sombra de un árbol al borde de la carretera.

Y empiezan a aparecer desfiladeros, ríos, y seguimos descendiendo entre el verdor selvático. El colectivo nos para en Aguas Azules, que es una sucesión de cascadas y lagunas, efectivamente azules, con pozas aptas para el baño, con una hilera continua de mercadillos de artesanías, bolsos y sombreros. Se venden también camisetas del EZLN, con la silueta de un hombre en pasamontañas: el subcomandante Marcos. La mayoría de los veraneantes son gente de los alrededores. Empieza a hacer mucho calor.

Y después paramos en Misol Ha, un punto en el que hay un gran salto de agua, que incluso se puede recorrer por la parte de abajo, que lleva a una gruta. El sistema de entrada a estos dos lugares es igual de enigmático: no hay una caseta donde pagar un boleto, sino que varios hombres jóvenes están unos cientos de metros antes cortando la carretera, y detienen a los vehículos y les sacan los fajos de entradas y les cobran por la ventanilla, en la misma carretera.

Y siguiendo hacia el norte, después de muchas horas de trayecto verde en curvas, llegamos al destino final: Palenque. A lo largo del viaje han aparecido varias señales y pintadas rechazando la construcción de la "súper carretera", que no es otra cosa que el proyecto de autovía que ya ha aprobado el gobierno para unir San Cristóbal y Palenque. Sería una carretera recta que uniría las dos ciudades, atravesando las selvas y cerros que las separan. Arruinaría buena parte de la naturaleza salvaje de la zona, pero ahorraría varias horas al trayecto, además de sacar del aislamiento a comunidades enteras que hay en medio, lo cual no sé si es bueno o malo. No sé qué pensar sobre el asunto.

El Parque Arqueológico de Palenque está a varios kilómetros de la ciudad de Palenque, que es una ciudad anodina y vacía. La antigua ciudad maya es grande, hay muchos edificios y pirámides bien conservados, bien restaurados, montañas de piedras grises en medio de una selva densa. El calor y la humedad son insoportables. Subir los escalones de una de las pirámides para ver un panorama parcial de la ciudad es un auténtico sacrificio maya. Pero las vistas son deliciosas, y compensa. En la parte baja un río discurre todavía por un canal construido con las mismas piedras. La parte descubierta es mínima, cuánto habrá todavía oculto en estas selvas. Desde cualquier parte se oyen los gritos agudos de los monos. Enormes lagartos se camuflan entre las piedras grises, y a unos pasos de las ruinas, en las ramas altas, muestran su largo pico los tucanes.

El paseo es agradable a pesar del calor sofocante, entre ruinas y un suelo tapizado de verde. Bajo los árboles más grandes, en las sombras de los senderos, miles de vendedores despliegan sus artesanías y trapos de colores, e imitan entre risas el rugido de los jaguares. Los flamboyanes dan una graciosa nota de color al entorno, con sus flores de un rojo vivo. Hay muchos árboles de mango entre los edificios, y los frutos caen y revientan en el suelo, y su pulpa amarilla y carnosa es devorada enseguida por moscas y hormigas. Afuera hay bebidas, frutas, helados, que no consiguen sacarnos del sopor selvático, del calor de trópico en el que ya hemos entrado para quedarnos.

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