"Me siento en casa en América, / en Antigua quisiera morir", canta Enrique Bunbury en El extranjero. Antigua no es un sitio de retiro, porque el turismo ha llegado en masa, pero es uno de los lugares con más encanto del continente americano. Antigua Guatemala se llama oficialmente Santiago de los Caballeros de Guatemala, que es el nombre que le pusieron los españoles a mediados del siglo XVI, cuando la construyeron para ser la Capitanía General de Guatemala, que llegaba desde Chiapas a Nicaragua. Pero eso poco importa, pues por Antigua la conoce todo el mundo.
Hoy es una ciudad pequeña, de poco más de 40.000 habitantes, capital del departamento de Sacatepéquez, y a sólo veinte minutos por autovía de la capital del país, Guatemala. También es una ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La historia de la ciudad es tan desgraciada que, antes de ser conocida como Antigua Guatemala, se la llamó también "arruinada Guatemala". Fue devastada por tres terremotos en el siglo XVII, y por otros tres aún más fuertes durante el XVIII, hasta que los españoles decidieron trasladar todas las instituciones civiles y eclesiásticas a la Nueva Guatemala. Después de eso, sufrió más terremotos en los dos siglos siguientes, el último en 1976. Y es que la ciudad está encajada en una pequeña planicie entre volcanes.
También está rodeada de bosques: todo es verde alrededor. A sólo veinte minutos caminando desde el centro de la ciudad, en dirección hacia el norte, hay un colina desde donde se divisa la ciudad entera: el Cerro de la Cruz. El camino está bien arreglado, es fresco y agradable. Los turistas suben para divisar desde lo alto el plano perfecto de la ciudad. Como tantas ciudades coloniales de la América española, Antigua es un conjunto de cuadrículas ordenadas. Desde arriba se aprecian las casas de colores suaves y variados: azules, cremas, amarillos, ocres, rojos. También se distinguen sin problema los lugares más emblemáticos de la ciudad: el Parque Central, el Arco de Santa Catalina, las innumerables iglesias, las que están en pie y las que siguen medio derruidas.
Antigua es un lugar colorido, vistoso, alegre. Como en otras ciudades cubanas, mexicanas o colombianas, uno tiene la sensación de estar en casa. Y casa no es sólo España, sino aquello que tras siglos de idas y venidas seguimos compartiendo hispanos de ambos lados del océano. Las calles son todas de piedra, y por ellas hay un trasiego continuo y un poco alocado de tuk-tuks rojos, de coches, de carros tirados por caballos. La ciudad huele a gasolina quemada.
El Parque Central bulle de gente. Mujeres y muchachas con trajes tradicionales, también repletos de colores, venden frutas tropicales y collares y de todo lo imaginable. Muchas cargan sus pertenencias en cestos que se ajustan sobre la cabeza. Hay hombres de tertulia en los bancos, niños corriendo y jugando, jóvenes en bicicleta, turistas que compran y fotografían. De los soportales de la plaza sale un rico olor a café.
En el balcón del ayuntamiento hay una pareja de novios haciéndose fotos, con el parque y las paredes blancas de la catedral de fondo, y las ruinas del claustro y los montes verdes que están justo detrás. A un lado está el palacio donde se alojó el poder político español. En la esquina de abajo un hombre sale de una furgoneta cargando al hombro una bolsa, y va corriendo hasta la puerta del banco, escoltado por otros dos hombres con chaleco antibalas y fusil en ristre, que corren también. Seguimos en Centroamérica.
Una esquina más allá está la Antigua Universidad de San Carlos, "Fundada en 1675. De aquí irradió la cultura a todo el Reyno de Goathemala", según reza una placa en la pared, bajo los escudos de armas de Castilla. Junto al elegante Arco de Santa Catalina, amarillo y señorial, cruzan varios militares armados. La noche antes la plaza y la iglesia que están al otro lado del arco bullían de gente, en un mercadillo alegre de olores y luces. En unos puestos de artesanías junto a la iglesia suena Nino Bravo; en otro convento la señora que custodia la entrada está bordando mientras escucha a Miguel Bosé, y me quiere convencer de no sé qué milagros de un sacerdote canario.
En Antigua uno también tiene la sensación de estar en una burbuja, como en cualquier ciudad muy turística. Aunque con edificios bien adecuados al entorno, en Antigua están presentes todas las compañías de comida rápida norteamericanas. Suena la misma música en inglés que escuchaba hace unas semanas en Estados Unidos. Pero hay un aire diferente: el McDonalds es un edificio rojo pálido con un enorme parque interior, con las mesas entre los jardines, un lugar elegante.
Pero entre todas las iglesias barrocas, entre todas las arcadas coloreadas, todas las fuentes, todas las iglesias demolidas como en grabados románticos, todos los rincones con encanto, mi favorito es un edificio que ocupa una manzana entera, muy cerca del parque central. La mitad de lo que fue un convento jesuita aún está derruida, y en la fachada una vieja placa casi ilegible recuerda a un hombre con honor del siglo XVI y con valentía política muy moderna, que murió en esta ciudad: "Aquí estuvo ubicada la casa donde vivió y escribió el célebre soldado, historiador, héroe de la conquista de México y Guatemala, Bernal Díaz del Castillo, autor de La verdadera historia de la conquista de la Nueva España".
La otra parte del edificio fue restaurada en años pasados por el gobierno de España, y pertenece a la embajada española. Hay un hermoso patio con cafetería, hay claustros embellecidos del antiguo convento, y una biblioteca bien concurrida. La conserje está escuchando a su hija, que acaba de volver del colegio y le está contando cómo era el examen de matemáticas. En la sala alta están impartiendo un taller sobre salud y compra de medicamentos en Latinoamérica. Los arcos son preciosos, unos de piedra, otros de madera, y en cada hueco asoma una maceta con geranios. Miro abajo y me quedo pensando: éste es un edificio útil y hermoso, en el que se invirtió un dinero para ayudar al desarrollo de una ciudad que despierta al turismo, de un país que despertará al progreso, en un lugar tan pleno de historia nuestra y compartida: qué bien hacemos las cosas cuando las hacemos bien.
Paro a comer en un sitio local: pepián con pollo. El pepián es la salsa hecha con semillas de sésamo, que está deliciosa, y lleva entre el caldo un fruto dulce que se llama huisquil, y que no aclaramos qué es. Bebo un jugo de rosa de jamaica. Y después por la calle le compro unos tajos de mango a una muchacha hermosa con traje indígena, que escucha a Julio Iglesias: "¿Le pongo pepitoria?". Le pregunto qué lleva. "Pues está hecha con semilla de ayote". "Ah, pues entonces sí". Nos separa el mismo el idioma. Pero cómo no sentirse en casa en América, en este lugar para morir que es la Antigua Guatemala.
Adoro as tuas descrições.
ResponderEliminarAs tuas impressões de viagem transportam o leitor - no verdadeiro sentido do termo, pelo talento com que misturas o contexto histórico com os momentos que vives.
Que continues e nos faças desfrutar também e tão bem das tuas vuvências!
Obrigadíssimo, Helena!! Fico muito contente em saber que gostaste os meus escritos! Agradeço-te muito as tuas palavras, me dão muita coragem para continuar. Em apenas algumas semanas retorno a Europa. Espero verte pronto em Portugal ou em Espanha!! Beijinhos!!
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