viernes, 20 de mayo de 2016

Venezuela en Houston, pues

Houston, Texas, adonde llamaba Tom Hanks con su problema en la película sobre el Apolo 13. Hace unos años estuve a punto de venirme a vivir aquí. Elegí Trinidad y Tobago, un país isleño y caribeño, de clima benévolo y gentes relajadas. Tan cerca de Venezuela, el país empezaba entonces a recibir a muchos profesionales venezolanos que huían de la inseguridad y el desgobierno. Mis amigos tenían entonces una niña y hoy, en Houston, son una familia un poco más grande.

Llego a la ciudad desde San Antonio, a bordo de un autobús con un interior polar. Al bajar pasamos a un verano cálido y húmedo. Y a la calidez sencilla del reencuentro, tanto tiempo después. Esa tarde vuelvo a probar el sabor esencial de las arepas de maíz con queso. Y tengo que recordar llamar cambur al plátano, patilla a la sandía, parchita al maracuyá. Es como estar otra vez al lado de Venezuela.

Houston es una ciudad enorme, desparramada a lo largo de decenas de kilómetros, con puentes y cruces de carreteras en una maraña infinita. Adaptados a los ritmos de las exigencias familiares y escolares, sacamos tiempo para visitar Galveston, una isla delgada y estirada, con casas de madera de estilo colonial, que es el final de la costa de Texas. Las aguas del Golfo de México son turbias, de un marrón triste, bajo un cielo encapotado y caliente. Al fondo se ven varias plataformas petrolíferas. La ciudad de Houston ha vivido décadas casi en exclusiva de eso, y los vaivenes en los precios del petróleo afectan al ritmo de vida de la ciudad. Galveston es de los pocos lugares de Estados Unidos que homenajean al héroe olvidado Bernardo de Gálvez, militar español que ayudó a los patriotas norteamericanos en su guerra de independencia contra Inglaterra, y del que colocaron un retrato en el Capitolio de Washington hace un par de años.

Y otro día, mientras afuera cae una tormenta recia y larga como de trópico, pasamos horas en el Museum of Fine Arts of Houston. Un museo amplio y con vocación de totalidad: de las esculturas egipcias y griegas pasa a todas las etapas de la pintura, hasta llegar a Picasso. También hay una idea de totalidad geográfica: hay salas con colecciones de objetos artísticos islámicos, de África, de la India, de Corea, de la América precolombina.

Me da tanta lástima irme de un lugar en el que me siento como en mi casa, en el que me tratan como hermano, como tío. Disfrutamos de la comida Tex-Mex, de la tortilla española, del vino verde portugués, de los recuerdos caribeños. Pero sobre todo de la conversación retomada, de las certezas dejadas en el camino, de los proyectos que están por realizarse.

Como tantos venezolanos, no volverán a su país aunque quisieran. Y si algún día volvieran, sería con la honda tristeza de no encontrar el país que dejaron, y que ya no existe. Pero hay otra pena más inmediata: tienen familia allí. Igual que todos los que forman la gran colonia de venezolanos en Houston, la enorme cadena de colonias de venezolanos en el sur de Estados Unidos.

En la prensa española se dice demasiado la palabra Venezuela. Y probablemente la mayoría de los que la utilizan no saben ni de qué hablan. Nos parecemos en muchas cosas: hay tanta buena gente en los dos lados, tenemos países de naturaleza prodigiosa, un idioma común en el que nos pasamos diciendo ¡coño! todo el tiempo, y también venimos padeciendo gobiernos calamitosos, estructuralmente corruptos, destructores del contrato social. Pero hasta ahí. Cuando comparamos España con nuestros países hermanos latinoamericanos, hay una diferencia vital: la ausencia de violencia. Por suerte, en España hemos adquirido un grado de civilización, de conciencia social, que nos impide caer en los niveles de degradación de algunas sociedades latinoamericanas. Hay cosas por las que uno puede sentir orgullo de ser europeo.

Los venezolanos de acá tienen que mandar a su familia cajas con comida enlatada, con medicamentos básicos, con ropa. Sus familias sufren cortes de luz todos los días, deben hacer horas de cola para comprar en las cadenas de supermercados que el gobierno expropió. Y la inseguridad en las calles es más preocupante que la escasez. Comparar todo el rato a España con Venezuela es un doble insulto: a lo que están sufriendo los venezolanos y a lo que tenemos en España. Está bien que los políticos españoles quieran ayudar al pueblo venezolano, pero es muy ridículo montar una campaña electoral española en Venezuela.

En el Aeropuerto Intercontinental George Bush comienza mi aventura solitaria. Dejo con pena el país, ahora sí, como he ido dejando con pena en las últimas semanas amigos que quizá vuelva a ver, que quizá no. Vuelvo hacia el sur, porque siempre estamos yendo hacia el sur, hacia el calor melancólico del trópico. Cuando presento mi tarjeta de embarque, la señora negra que me atiende me pregunta si sé hablar español, y me pide que diga un mensaje por el altavoz: "The Spirit flight 436 to San Pedro is boarding. All passengers are welcome to board now". Agarro el micrófono, y mi traducción demasiado directa resuena en las salas del aeropuerto como una despedida: "El vuelo de Spirit 436 a San Pedro está embarcando, los pasajeros deben subir al avión ahora mismo: última llamada para el vuelo 436 a San Pedro". Ya está empezando mi aventura maya.



2 comentarios:

  1. Impagable tu despedida de los Estados Unidos a golpe de megafonia... no se en España, pero a veces tu vida aquí parece una película de Felini a la americana...

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    1. Así es. Fue gracioso, pero en Estados Unidos hay que esperar que pasen estas cosas, jeje. Seguís dentro de la película...

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