Cuánto hemos visto, oído, leído y contado sobre personas que
vivieron en Coyoacán. Al final del día, montados en un autobusito de ventanas
abiertas, mientras oscurece y cae una lluvia que limpia el aire, una guía nos
va contando otra vez los lugares y los nombres: Hernán Cortés, la Malinche,
Pedro de Alvarado, tantos nobles de la colonia, políticos y artistas del XIX,
hasta llegar a Diego Rivera, Frida Kahlo, León Trotsky, Octavio Paz…
Comenzamos la
mañana con un café de sabor intenso de Atoyac, Guerrero, que nos sirven en una
pequeña cafetería de la colonia Nápoles, Guapo, donde además uno puede saber el
nombre de la hacienda y del agricultor que produjeron el grano. De nuevo un
autobús por Insurgentes, esta vez rumbo al sur, y un micro con ventanillas
abiertas, de apariencia caribeña y pobre, que atraviesa Coyoacán y nos deja en
Churubusco.
Rodeado de árboles y casas bajas
está el Ex Convento de Churubusco, en cuyas celdas está el Museo Nacional de
las Intervenciones. Hay un huerto cuidado, con flores y olor a lavanda y
romero. También aquí algunos muros y torres están inclinados. El museo hace un
completo recorrido por las intervenciones extranjeras en la soberanía mexicana.
Desde la independencia de España, la guerra en la que los Estados Unidos le
quitaron a México la mitad de su territorio, las pretensiones imperiales
francesas con Maximiliano I, hasta las intervenciones de Estados Unidos en los
años de la Revolución Mexicana, a la caza de los míticos Emiliano Zapata y
Pancho Villa.
Hace calor y en la puerta del Ex
Convento nos compramos unos raspados de fresa y guayaba para el camino.
Efectivamente, el muchacho raspa una barra de hielo y vierte el jarabe por
encima del granizado. Al cruzar por un parque vemos a cuatro policías
corriendo, dos de ellos con metralletas. El objeto de la persecución, al
parecer, son dos muchachos que estaban fumando sentados en la piedra de una
fuente, al salir de clase. Les registran las mochilas y entre los dos
guardias armados se llevan a uno de ellos.
Caminamos por tranquilas calles
arboladas hasta llegar a Coyoacán. En la esquina de la calle Viena está la casa
donde vivió León Trotsky, y donde fue asesinado. Gracias a Diego Rivera y otros
intelectuales afines a la causa, el presidente Lázaro Cárdenas concedió asilo
político en México a Trotsky y a su familia más próxima, cuando Stalin había
empezado la persecución implacable de quien había dirigido el Ejército Rojo
tras la Revolución de Octubre. Trotsky y su esposa vivieron dos años en la casa
de Frida Kahlo y Diego Rivera, y después se instalaron a pocas manzanas.
La casa conserva las habitaciones
modestas en las que vivieron poco más de un año, el patio arbolado y grande
donde Trotsky cuidaba conejos y gallinas, las torres de vigilancia que instaló
en cada esquina de la casa después de que hicieran explotar allí una bomba en
1940. El mismo año pasó a la casa el español Ramón Mercader, agente soviético
que había conseguido entrar en el círculo social de Trotsky, que le entregó un
texto para que lo leyera. Cuando el ideólogo comunista se dispuso a leer el
texto, Mercader le golpeó la cabeza con un piolet, en el mismo escritorio que
ahora el turista puede visitar, junto a la biblioteca personal de Trotsky, con
libros en ruso, en francés, en alemán, frente a una ventana alta que da al
jardín. En el mismo jardín están las cenizas de León Trotsky y de su mujer, que
murió muchos años después, bajo un monolito donde han horadado la hoz y el
martillo y del que pende una bandera roja.
Las aceras de
Coyoacán están pobladas de enormes ahuehuetes, ligustros, palmeras. A cinco
minutos de la casa de Trotsky está la Casa Azul, en la esquina de Londres con
Allende. En la casa que compró el padre de Frida, el fotógrafo húngaro-alemán
Wilhem Kahlo, vivieron ella y su esposo, el muralista Diego Rivera. En la Casa
Azul hay también un enorme patio con árboles y jardines, con la base de una
pirámide, con figuras precolombinas de piedra. En el piso alto están las
habitaciones, coloridas y vivas, llenas de objetos de Frida y Diego. Está el
estudio de Frida, que mira al jardín, con sus caballetes, sus paletas, la silla
de ruedas desde la que pintaba. Hay una exposición con algunos cuadros cubistas
de Diego Rivera, con exvotos coleccionados por Frida, y sobre todo con cuadros
y fotografías de la artista.
La vida de
Frida Kahlo fue una continua carrera de obstáculos. De niña padeció
poliomielitis, a los dieciocho años sufrió el accidente de autobús que le
fracturó huesos y le lesionó la espina dorsal. En una exposición temporal, que
toma el título de una obra suya, Las
apariencias engañan, se muestran vestidos personales de Frida Kahlo, las
tehuanas, blusas, mantos, faldas con las que intentó disimular su discapacidad
y con las que creó una imagen poderosa, personal y enraizada en la tradición
mexicana. También están sus corsés, de cuero y de yeso, entre otros muchos
objetos que se encontraron hace un par de años al reabrir los baúles de Frida
que habían permanecido cerrados medio siglo. Entre las obras expuestas está un
cuadro de 1954, pintado por Frida en los últimos meses de su vida, cuando ya
los dolores eran intensos y sabía que le quedaba poco, que muestra la
sensualidad colorida de unas sandías abiertas y expone sobre la carne roja de
una de ellas el título: Viva la vida.
Aún nos da
tiempo a recorrer unos mercados de frutas y comidas y recuerdos varios, a
probar un café de olla y unos churros en la famosa cafetería El Jarocho, donde
se puede ver a un hombre vertiendo los granos verdes del café en una tolva, por
donde caen a la tostadora. Antes de que caiga el chaparrón nos subimos al
autobús que nos hará el recorrido por la parte histórica de Coyoacán, que en
este atardecer lluvioso tiene un encanto especial, con sus fachadas de colores
vivos que se van apagando, el reflejo palpitante de las tímidas bombillas en
las piedras mojadas de la calzada. Cuando llegamos frente a la iglesia, que es
como una iglesia de pueblo castellano, se ilumina de golpe la plaza y entre
los árboles parecen saltar inquietos los coyotes de la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario