domingo, 23 de julio de 2017

En el Camino: 14ª etapa: Azambuja-Santarém

Por la mañana, no tenemos a nadie. Entre los cuatro peregrinos que tengo por compañeros, no juntamos a uno que pueda echarse a andar los 33 kilómetros de la etapa. Tampoco yo estoy para muchos trotes, y el GPS me dice que en línea recta son sólo 27. Desayuno con ellos, les deseo buena suerte, y echo a andar con alegría. Es una carretera tranquila, sin mucho tráfico, con sombra, con alguna cuesta, hasta la ciudad de Cartaxo, que está a la mitad. Antes, en el límite imaginario entre los distritos de Lisboa y Santarém, hay unos bosques de pinos con muchos bancos y mesas de cemento donde sentarse a desayunar, tal vez a escribir.

---------------------------------------------------------------------------------



Cartaxo es un pueblo pequeño, con iglesia blanca y tejado ocre a juego con el resto de las casas, jardines amplios y un mercado con mucha vida. Muchos carteles con festejos taurinos, dibujos y carteles taurinos por todos lados. En Vale da Figueira, que es un pueblo con una calle larga y fachadas blancas con buganvillas, paro a comer. Pido algo ligero, porque es temprano, pero la dueña me trae una tosta caliente de pollo, lechuga y tomate que no me cabe en el cuerpo. Hay un joven que lee la prensa deportiva muy concentrado mientras bebe cerveza. Dos mujeres discuten sobre problemas con sus nueras. Otro señor mayor se planta con su silla de ruedas en la puerta y grita que quiere un café, y la dueña se lo lleva hasta la calle. Tranquila tarde de sábado en la aldea.

---------------------------------------------------------------------------------------

El centro histórico de Santarém está lleno de iglesias pequeñas de inspiración gótica y callejones moriscos. Hay que subir una cuesta durísima para acceder a la ciudad. Lo primero que encuentro es la Igreja do Hospital de Jesus Cristo. Mucha gente se congrega en la puerta, se saludan afectuosamente y van pasando para esperar la misa. Horror vacui, muchos retablos y frescos con muchos colores en el techo. Voy para la Sé Catedral, donde hay muchachos vestidos de músicos dando vueltas, y desde donde me mandan al Convento de São Francisco. Reconozco desde lejos la estatua despojada del santo entre unos jardines, y entro a preguntar. Una niña me lleva hasta una señora, que a su vez me hace cruzar un hermoso claustro y me conduce por pasillos amplios hasta una habitación blanca de techos altos y dibujos a grafito en las paredes donde un hombre trabaja detrás de un ordenador, en una mesa de madera oscura labrada. Es el padre Marco, aunque tardo en comprender que es sacerdote. Viste vaqueros y zapatillas, un polo rojo, está gordito pero tiene un aire deportivo. Parece un cura años 80: aire casual, buenas maneras, barba perfectamente recortada, paquete de tabaco siempre a mano. Tiene un cenicero usado en la mesa, y mientras charlamos se enciende un cigarro sin preguntar si puede fumar. Para eso está en su despacho. Es muy buena gente: me acomoda en un sillón, me obliga a poner los pies en alto, me carga el móvil, sale a hacer un recado y me ofrece una bolsa con hábitos de misa para que la use como almohada y repose. Al rato vuelve y me trae un café y una botella de agua fría. Me dice que no me mueva, que él me va a solucionar el problema del alojamiento. Hace muchas llamadas. En la Santa Casa da Misericórdia le dan la respuesta más peregrina: hasta septiembre sólo acogen peregrinos de lunes a viernes, los fines de semana no. Los bomberos voluntarios le dicen que no acogen a nadie. Los bomberos municipales dicen que pagando. El buen hombre me ofrece gratis las instalaciones de la Cruz Vermelha, que están al lado, en un antiguo seminario, pero tendré que dormir en el suelo. A estas alturas, no pasa nada por volver al suelo, sobre todo si es de madera y tengo todo un edificio de dos plantas para mí solo.

El buen hombre llama a gritos a la señora de fuera, y le pide que traiga para él el resto del café. Es un gusto charlar con alguien inteligente e informado. Estudió en Évora, y recuerda con cariño a una profesora de español muy rigurosa de la que no aprendió casi nada. Me habla de sus viajes a España, de la particularidad de la identidad portuguesa, de los dialectos de las zonas fronterizas en Extremadura y en Miranda, del tiempo de los Felipes. Me ofrece una guía para recorrer la ciudad. Es el primer sacerdote portugués que conozco, después de dos semanas yendo de pueblo en pueblo y de iglesia en iglesia.

----------------------------------------------------------------------------------------

Todas las iglesias del centro están cerradas. Son blancas, pequeñas, entre casas bajas de poco lustre o grandes edificios con fachadas de azulejos que fueron brillantes. Frente a la Igreja de Nossa Senhora da Graça está la Casa do Brasil y una estatua de Pedro Álvares Cabral. El descubridor del Brasil nació en un pueblecillo cercano, Belmonte, y está enterrado en Santarém, en esta iglesia. El rincón más hermoso de la ciudad es un mirador circular al río Tajo, al final de un jardín cuidado, que llaman Portas do Sol. Desde arriba se ve un largo recodo del río Tajo, que forma playas en su cauce, y un vasto panorama de pueblos blancos, maizales, viñedos, puentes, afluentes, caminos. Al atardecer el verde de los campos se enciende, los pueblos destellan, el agua que se va al mar resplandece. Es un momento hermoso desde la altura.


-------------------------------------------------------------------------------------

El último espectáculo del día es un concierto de órgano y canto gregoriano en la catedral. El director explica que es el penúltimo de un ciclo de conciertos en los que han interpretado repertorio desde la Edad Media hasta la actualidad. Hoy interpretarán una adaptación de una misa hecha en el siglo XX por unos compositores belgas. La nave de la catedral es pequeña, hay muchas hornacinas con vírgenes y santos y los techos también coloreados de frescos. La música del órgano y las voces del coro, de los hombres de negro y de los niños y niñas con túnicas rojas, resuenan con una armonía de otros siglos en estas paredes. Entiendo palabras sueltas en latín, pero tenemos un guión con el que vamos siguiendo la estructura de la misa. Es difícil no emocionarse ante una manifestación tan intensa de una belleza que no acabamos de definir ni entender. Simplemente las voces suben y bajan, se acompasan, dicen. Las raíces de nuestra cultura crecieron durante siglos en lugares como éste, en actos estéticos tan sublimes y tan cargados de significado como el que acabamos de vivir. Ite missa est.


1 comentario:

  1. Blas, te superas a ti mismo, al mismo tiempo que tus piernas se endurecen tu vis narrativa y descriptiva también coge vuelo...altos vuelos. Me gusta la escasez de fotos de tu blog, no apabullas con imágenes, ¿para qué? tus palabras valen más que muchas imágenes

    ResponderEliminar