viernes, 14 de julio de 2017

En el Camino: 5ª etapa: Almodôvar-Castro Verde

Entre Almodôvar y Castro Verde hay 21 kilómetros de carretera recta, donde el paisaje ya es eso que en La Mancha llamamos de transición, como nuestra dehesa de encinas y cereal y monte bajo en nuestros límites con Andalucía y Extremadura. A mitad de camino está el poblado de Rosário, de casas blacas y limpias, con una iglesia pequeña y blanca de zócalos azules, y donde todo el mundo está pintando de blanco las paredes esta mañana. El dueño de la cafetería es un hombre joven, fuerte y un poco gordo, y viste unos pantalones cortos ceñidos y una camiseta sin mangas a medio camino entre la ropa interior y la deportiva. Es un hombre simpático, hablador. Mientras me tomo el café que me acaba de despertar, dos horas después de empezar a andar, me cuenta que es minero, y que en todos estos campos de cereal que yo acabo de pasar lo que realmente rinde son las minas de cobre y zinc. Hay españoles trabajando en estas minas, me dice, y también que él mismo trabajó “fazendo uma ponte em Girona”. Me gusta esta cafetería porque los parroquianos no hablan de política, sino que miran embelesados y comentan después un reportaje de National Geographic Channel en el que algunos valientes buscan oro en las aguas del río Yukón. También porque está decorada con bufandas del equipo de fútbol local, con copas y trofeos. También porque el dueño manda a traer el pan recién hecho cuando yo le digo que no traigo prisa, que necesito reposo. “Pão bom, feito aqui em Rosário”. Lo como con deleite, y salgo fortalecido de la cafetería, después de que el dueño me regale una gorra del equipo de Rosário.

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Más adelante, la dehesa caliente, rebaños de ovejas, cabras y vacas pardas que se refugian de los 42 grados a la sombra de las encinas. Desde lejos, Castro Verde también es hermoso y ordenado: fachadas blancas, tejados de ocre claro, una iglesia imponente como una fortaleza en lo más alto de la ciudad. Hace un calor de infierno por las calles empedradas, un aire sahariano y adormecedor. Paso a la Câmara, que es como decir el Ayuntamiento, y sólo hay una persona porque el resto se fue a comer. Encuentro la oficina de turismo, cerrada, al lado de una iglesia pequeña, y me refugio en la pastelería de la oficina. Una camarera joven y dulce lee el periódico, y sin pedirlo me llena la cantimplora y no me quiere cobrar. También se acuerda de otro peregrino de sesenta años que llegó en invierno, sin dinero y con sed. Mientras me refresco, me ha preparado unas tostas de pão com manteiga que tampoco me quiere cobrar. Le digo que, más que comer, lo que necesito es una ducha para poder pensar con claridad. La oficina de turismo tiene en el piso bajo unos vestuarios con ducha, y también me deja usarla. Castro Verde es un lugar hermoso en el que dan ganas de quedarse a vivir.

Voy buscando alojamiento hasta el parque de bomberos, pero ellos me mandan hasta el Parque de Campismo, donde me harán un hueco entre las caravanas y las tiendas de campaña. Castro Verde tiene una wifi municipal gratuita, rápida y masiva, pues funciona en cuanto uno se acerca a cualquier dependencia municipal, en el Parque de Campismo, en la oficina de turismo, en las plazas, hasta dentro de la iglesia. Sí, dentro de la iglesia. Quiero decir: la iglesia estaba abierta. La iglesia es la Basílica Real de Nossa Senhora da Conceição. Está en lo más alto de la ciudad, tiene dos torres, fachada blanca desconchada y pilastras de piedra gris. Por dentro, horror vacui: las paredes son de azulejo de abajo arriba, y pintan escenas en las que un rey dirige un ejército, reposa en su tienda, mata moros a caballo con gesto elegante, imparte justicia desde su tienda. Se refieren a la batalla del vecino pueblo de Ourique, que tuvo lugar el día de Santiago de 1139, y que es uno de los motivos de la devoción santiaguista de todo el sur de Portugal. El techo es un enorme tapiz de colores oscurecidos por el tiempo, deteriorado. Por lo visto abajo hay un tesoro con una efigie de plata del siglo XIII, que está anunciada en muchos carteles. Ya se me había olvidado, pero al cruzar el umbral de la puerta vuelvo al infierno sahariano. Vuelvo también a la cafetería de la oficina de turismo para hacer gasto. La chica me cuenta que ella es de Mértola, en las orillas del río Guadiana, y que allí sí que hay cosas que ver: “Assim como cá vivem das minas, lá vivem do turismo”. Me como un doce de gila, es decir, de cabello de ángel, que es una especialidad de Castro Verde, y es lo único que me cobra, porque el café “é de oferta”, es decir, que también estoy invitado. Lo dicho, Castro Verde es un lugar en el que uno quisiera quedarse a vivir.

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En Castro Verde, junto a la iglesia, hay un museo pequeño montado en la antigua cárcel, que es de las cosas más curiosas que yo he visto. O Museu da Lucerna. Tiene una exposición amplia de lucernas de barro de época romana, desde el siglo I a.C., que se utilizaron para ritos religiosos. De hecho, las lucernas representan a todos los dioses romanos, desde Diana a Mercurio o a Baco, y también escenas cotidianas, eróticas, o de animales. La guía es una señora fantástica, rubia, con vestido ligero y zapatillas deportivas, aire intelectual detrás de las gafas, que me explica cada detalle de los dibujos, de los usos que se les daba a las lucernas, de las clases sociales que las utilizaron. Esto debió de ser un gran centro ritual adonde vinieron a parar lucernas fabricadas en las penínsulas ibérica e itálica y también en África. Por detrás de algunas de ellas los alfareros (no hace mucho que aprendí casualmente la palabra oleiro, en un cuaderno infantil en una playa del Algarve) hicieron dibujos, emblemas o pusieron su firma: autógrafos de artistas de hace dos mil años. Han descubierto varios niveles de lucernas, en unos niveles están todas rotas, en otros, están enteras, y están investigando los ciclos de los rituales que se practicaban. Han sacado del mismo yacimiento ¡veinte mil lucernas!

Antes de despedirme aparece un señor con barba que también sabe del asunto. Es el arqueólogo que dirigió la excavación. Y la señora que me ha explicado todas las referencias mitológicas de las lucernas era en ese momento, en 1994, su alumna, y es la persona que descubrió todo. Me cuenta con emoción que estaban ampliando el cementerio, y ellos fueron allí por pura curiosidad. Ella saltó a un agujero para ver qué había abajo, y subió con una lucerna. “E isto o que é?”, y fue la primera de las veinte mil, que estaban allí todas juntas desde tiempos de los romanos. “É uma coisa que só acontece uma vez na vida”. Lo que más me gusta de este mundo es cuando alguien que sabe mucho de algo se lo cuenta a otros con interés y pasión. Ahora me imagino unos cuantos cientos de esas lucernas, a unos pasos de aquí, hace dos mil años, con cabos de vela ardiendo en una noche de verano, de brisa cálida como la de hoy, y aquellos o aquellas que invocaban a los dioses mirando desde la penumbra, sabiendo a través de esas luces cosas que los demás no sabían, alimentando esa luz, manteniéndola viva para que el mundo siguiera en orden, pronunciando palabras latinas que quizá hoy entenderíamos todavía. Me duermo pensando en las lucernas, sobre el césped fresco, "a céu aberto", con la luna menguante a mi frente y las estrellas que resplandecen como candelas de otra época...

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